Con el correr del tiempo, ambos quisieron dar un paso adelante y apostar más a su relación: se casaron un día de verano y tuvieron una excelente luna de miel. Después de ese hermoso momento quisieron reafirmar todavía más su unión y juntos se compraron una bellísima casa, la que tanto anhelaban. Juntos cumplieron un gran sueño. Cuando él estaba en la ciudad, ella lo iba a buscar todos los días al trabajo, solamente para tomar un café, esa era su rutina a la mañana. Y él, por la noche, antes de entrar a trabajar, la buscaba en su oficina y la llevaba a la casa compartida para que no le pasara nada en el camino, y para que aprovecharan cada momento para disfrutarlo.
Los primeros años esta rutina se fue cumpliendo al pie de la letra, pero con el transcurso del tiempo, ella estaba cansada de despertarse todos los días temprano, y él estaba cansado de llegar a las apuradas al trabajo. Así fue, se terminaron cansando los dos y lo dejaron de hacer; ya se había perdido la magia de compartir ese café americano con crema, y ninguno de los dos se acordaba de besarse por la mañana. María fue la primera en notar que las cosas habían cambiado, que ya no era lo mismo, pero no tenía tiempo para hablarlo, así que siguió ignorando la realidad. Eric estaba con mucho trabajo y ya no notaba la ausencia de su esposa, pasaba horas y horas en el trabajo al igual que ella.
Esa mujer tan bonita dejó de serlo, se acostumbró a dejar de ser mujer, dejó el maquillaje, la ropa elegante, los cabellos al viento, la cartera haciendo juego con los zapatos… se abandonó. Como María vivía para su trabajo, no notaba que cada vez estaba más estresada, más ojerosa, con poca paciencia, sin ganas de compartir momentos con su familia, de mal humor, callada. Optaba por dormir todo el tiempo, no escuchaba a nadie, y se quejaba de tonteras. Ya no era la misma, era otra. El día menos pensado decidiría dejar todo lo que había construido con tanto esfuerzo para probar otra vida, se dio cuenta de que no estaba para nada bien y quería descansar.
Una vez convencida de su decisión se lo contó a Eric, quien no quería dejar sus costumbres ni cambiar su estilo de vida. Por más súplica de ella él no cambiaba y se ponía firme ante los llantos de María. Ella estuvo cinco meses tratando de convencerlo y no hubo forma, no aceptaba. Muy triste y desolada armó las valijas a escondidas, su plan era fugarse sola con todo su dinero, que había juntado por años. Con la cuarta parte de la plata rentó un automóvil, había arreglado que a las veintitrés horas del día sábado de esa misma semana, podría retirarlo. Faltaban unos días para su huida, ya estaba todo planeado y preparado. Eric la notaba intranquila y ansiosa, no era normal verla así, entonces tomó la decisión de observar sus acciones más detenidamente.
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