Libro Medicina Basada en Evidencias MBE Alberto Narvaez | Page 21

inquiera de manera tan intensa a un médico “hasta qué punto los beneficios del tratamiento compensa las indudables molestias que va a padecer por culpa del mismo”. Pero sin duda y cada vez con mayor frecuencia, el enfermo en cuestión querrá consultar a otro médico u a otra unidad de salud, donde quizá se inclinarán por un tratamiento diferente al primero que le fue propuesto. Asimismo, el acceso directo a numerosas fuentes de información electrónicas por parte de los propios pacientes, familiares o amigos va a introducir elementos completamente distintos en la valoración de la evidencia científica, en su aplicación a la práctica clínica y en la misma relación médico-paciente. Asimismo, la situación clínica descrita es un potencial determinante de la llamada variabilidad de la práctica clínica, la cual pondría en evidencia una excesiva falta de consistencia en las decisiones clínicas que se toman. Los pacientes y también los médicos se suelen encontrar perplejos ante lo que perciben como una excesiva contradicción a la hora de recibir o formular propuestas terapéuticas. No se trata de ninguna excepción, ni mucho menos circunscrita al ámbito oncológico: se ha documentado que en un sinfín de procedimientos diagnósticos y terapéuticos se produce aquella variabilidad, debido a una amplia combinación de factores socioculturales, técnicos y económicos. Pero cualesquiera que sean los factores que la determinen, las consecuencias para los pacientes parecen obvias: pueden verse sometidos a una excesiva exposición tecnológica (esto es, a unos procedimientos cuya utilidad es incierta, o incluso que pueden ser perjudiciales), o bien padecer una subutilización de los mismos (cuando no se les ofrece una prestación asistencial existente y apropiada en su caso). ¿Pero por qué se produce esta situación y no se es capaz de evitarla? Los mecanismos por los cuales los avances tecnológicos se han incorporado a la práctica sanitaria cotidiana (procesos asistenciales) d istan mucho de ser rigurosos y, a menudo, transparentes o lógicos. A pesar de la influencia que aparenta tener la ciencia sobre la sanidad, la imbricación de ambas perspectivas ha sido, generalmente, débil. Aunque pareciera que la medicina está sólo guiada por los avances científicos, lo cierto es que múltiples factores de tipo social, económico y cultural se convierten a menudo en elementos aún más importantes. Las orientaciones actuales para contener el gasto sanitario no escapan a esta contradicción: se plantea la necesidad de reducir las prestaciones sanitarias, pero sin que esté claro la forma en que se va a discriminar lo adecuado sanitariamente hablando de aquello que no lo es. Incluso asumiendo que muchos tratamientos o pruebas diagnósticas son beneficiosas para la salud de las personas, aunque se hayan incorporado por medio de vías no homologadas, es lógico estimar que otras, en número no despreciable, deben ser inútiles o incluso perjudiciales para aquellas personas a las que se les aplica. Por tanto, el dilema es ¿cómo separar las tecnologías que comportan mayores beneficios de aquellas otras que no son suficientemente beneficiosas o, incluso, perjudiciales? Los problemas en la transmisión y utilización de los conocimientos médicos Cualquier profesional de la salud, que sin duda pretende lo mejor para la población a sus cargo, recurre a los conocimientos teóricos que ha adquirido para discernir 19