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JosÉ
DE LA RIVA-AGÜERO
OdIo en el lago Titicaca; otro, el hudimiento de la áurea
vara milagrosa; y, finalmente, el último, el blasón de los
Incas que conforme a los más seguros autores (Véase, por
ejemplo, Cobo tomo III, pág. 287), se componía de la
mascapaycha extendida, dos sierpes paralelas a ella, el ar-
co iris, y el cóndor y el puma, que algunos monarcas incai-
cos le añadieron, y una orla de plumas largas colocadas
de trecho en trecho. La inscripción, muy concisa, en cas-
tellano y quechua, podría recordar la más hermosa de las
etimologías del Cuzco, que, según las Informaciones del
Virrey Toledo (Sarmiento de Gamboa, cap. 13), quería
decir no en el quechua vulgar, sino en el extinguido dia-
lecto cortesano, "sitio fecundo y melancólico", nombre tan
adecuado a s~ paisaje y su historia. Cuatro pumas bien
estilizados, sobre un zócalo, compondrían la base del mo-
numento i y a conveniente distancia, cuatro postes o pe-
queñas estelas de granito, en forma de intihuatanas re-
ducidas.
Todas estas indicaciones deberían ampliarse y por-
menorizarse por los técnicos, sujetándose al doble criterio
estético y arquelógico, a fin de que el escultor encargado
de la obra se empapara perfectamente en su significado y
los sentimientos inspiradores, y nos diera así un monumen-
to expresivo y por lo mismo original, y no una insipidez
más, de las rutinarias, extranjerizadas y postizas que sue-
len poblar nuestras desdichadas plazas. La inauguración
podría fijarse para 1921 Ó 1924, dando tiempo a acre-
centar las recursos pecuniarios y trabajar con esmero las
figuras y relieves; y coincidiendo además con las fechas
finales de la Independencia, 10 que seria de hondo sim-
bolismo. Nuestra nacionalidad tiene sus más innegables y
gloriosas raíces en el Imperio incaico i y todos los blancos
capaces de pensar y sentir con altura, hemos de conven-
cemos de que nuestra República ha de ser en lo esencial
su continuación y perfeccionamiento, si es que aspiramos a