EL IMPERIO INCAICO
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que le Perú sea una patria de veras, con fundamentos,
vocación y destino históricos, personalidad sustantiva, ca-
tegoría y porvenir propios, y no una mera republiqueta im-
provisada y estéril, colgada del vacío y agitándose en ri-
dículos e incolores plagios; nación de tablas pintadas,
bambalinas y sainete. El monumento a Manco Cápac de-
bería ser emblemático de la reacción educativa indispen-
sable.
En el aspecto arquitectural, como en otros varios, el
Cuzco es el foco de la tradición artística del Perú y no
sólo india, sino también española. Nuestra Lima, por sus
antiguos terremotos, la endeblez de sus materiales de cons-
trucción y la frecuencia consiguiente de sus reedificaciones
sucesivas, no pudo aspirar en ningún tiempo a tal jerarquía.
Hay que respetar en esto la primacía de la vieja metrópoli.
Por eso es deber de todos contribuir a que el proyectado
monumento corresponda a su pasado nobilísimo; por eso
en mi limitada esfera lo procuro, absolviendo largamente la
consulta con que me han honrado mis amigos de allá; por
eso, en fin, trueno contra el caricaturesco atavío contem-
poráneo de su Plaza Mayor. El Cuzco, ciudad legendaria
y sublime, que es la Toledo peruana, debe escrupulosa-
mente conservar y acendrar su sello personalísimo. Si lo
perdiera, ¿ qué le quedaría? Por piedad patriótica, no es
posible consentir en que siga el ejemplo de depravado
gusto que le ofrece nuestra capital limeña, la cual con la
destrucción de sus añejos caserones, los horrendos reparos
en sus iglesias y los modernos edificios, de trivialidad tan
canallesca o tan grosera presunción advenediza, ve dege-
nerar día a día su señoril fisonomía de la Colonia, y para
aflicción de cuantos conservamos alguna delicadeza arcai-
ca, amenaza acabar de convertirse en un revuelto bazar
cosmopolita.