50
JosÉ
DE LA RIVA-AGÜERO
cas de piedra, cuadradas y sin espaldar; piso igualmente
de piedra, en anchas losas; un corto jardín con grama,
árboles indígenas, álgavez y las flores del Inca o cantu, que
dan nombre al andén vecino, bastarían para el arreglo de
la misma plaza.
Ya he dicho que imagino el monumento de bronce y
como un grupo: la pareja de Manco y OdIo, en el instin-
tivo simbolismo de la fábula, representa el doble carácter
de fuerza guerrera y suavidad bienhechora, cuyo maridaje
constituyó la civilización incaica. Suprimir esta dualidad y
reducir el monumento a una sola figura, sería una vulga-
ridad que desconocería la significación profundamente poé-
tica de la leyenda y truncaría la espectación en todo público
competente; y además un grupo es de mayor animación
plástica. La actitud ha de ser grave y serena, de sencillez
majestuosa y religiosa, según corresponde a los míticos
fundadores de una patria, sin nada de gestos, contorsiones
ni aspavientos, que en este tema serían insufribles. La
mirada de las estatuas ha de dirigirse hacia Huanacauri,
el camino del antiguo Arco de Charcas y Santo Domingo,
que es la vía por donde aparecieron las tribus y en don-
de se localizan las leyendas de la fundación. Deberían
ir las figuras semidesnudas, pues aunque el desnudo total es
lo más artístico y lo más apropiado a la escultura heroica, no
se puede presindir para el Inca, además de la faja cruzada o
huara, de la corta yacolla, manto regio, con cuyos paños, en
caídas rectas, pueden obtenerse hermosos efectos de severi-
dad hierática. Para la Coya, una breve saya o túnica muy
ceñida, que baje de los pechos a los muslos y copie en
sus labraduras la plumería de que tejían los vestidos feme-
niles de gala. Las sandalias (ussuta) y las insignias de los
esposos imperiales, tendrán que ir doradas, no con mucha
viveza, para que no contrasten violentamente con el bron-
ce. Manco ha de llevar en una mano la barreta de oro, y
en la otra el cetro incaico; en el hombro, el halcón o