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JosÉ
DE LA RIVA-AGÜERO
haya posibilidad económica de realizar todas esas legíti-
mas fantasías, necesario estímulo del patriotismo, prescin-
damos de la Plaza Mayor, hoy tan bastardeada; que no
faltan sitios aun más apropiados para acomodar decorosa-
mente la estatua de Manco.
El ideal sería la ceja del Sacsayhuaman que mira a la
ciudad y en la que están las tres cruces. En teoría es sin
duda 10 más airoso y de mayor realce. El fundador domi-
naría su capital sobre la ladera en que se establecieron sus
tribus, desde el cerro de la antiquísima fortaleza a cuyo
amparo creció el Imperio. Pero aumenta la dificultad ma-
terial que en primer término indiqué para la Plaza. En esa
eminencia, la estatua, para que no fuera insignificante y
risible, debería ser un coloso de bronce, de altura de más
de quince varas, que creo que es la de la actual cruz de
enmedio. De otro modo el efecto será paupérrimo, tan
frustrado como el de la Vírgen del Morro en Chorrillos, o
el de la Cruz votiva que se erigió hace años en la cima de
nuestra cerro de San Cristóbal, el cual me parece que tiene
aproximadamente sobre Lima la misma altura que el Sac-
sayhuamán sobre el Cuzco. Y como supongo que allá quie-
ran hacer algo mejor, y que no les satisfará para consuelo el
precedente del o ocurrido en Lima, volverán a tropezar con
la deficiencia de dinero, perpetuo inconveniente en nuestro
país. El obstáculo sube de punto si, en vez de una esta-
tua, idean, como sería muy acertado, hacer fundir la pa-
reja de Manco y OdIo, inseparable en la leyenda, y cuyo
grupo daría mucha mejor impresión artística que no la fi-
gura aislada de Manco.
Previendo la limitación forzosa de los recursos, que
vedan proyectar en el Perú estatuas de dimensiones como
la famosa de Arona en Italia, 10 más práctico será emplazar
el monumento en la plazuela de Collcampata. Mis amigos
del Cuzco pueden con facilidad comprobar sobre el terre-
no si, según se me ocurre, sería suficientemente visible y