EL IMPERIO INCAICO
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mejor estaba con el mercado ó Ccatu antiguo; pero desde
el mero punto de vista artístico, entre el atraso genuino y
rudo, y la mejora prosaica, adocenada y ramplona, prefiero
decididamente el atraso, que siquiera es pintoresco.
Si los tiempos siguen mejorando, como parece, habrá
que invertir dentro de algunos años apreciables sumas en
la indispensable restauración de nuestra única ciudad, ver-
daderamente histórica; y componer entonces ante todo la
Plaza Mayor. Cuadrarían en ella como pavimento grandes
losas de granito, propias de su severo pasado, é intercalados
de grama o césped, sombreados por árboles de la región,
como aquellos frondosos y gigantes pisonayes, de que ví tan
bellos ejemplares en Calca; varias fuentes de bronce, de es-
tilo barroco, que armonizaran con las fachadas de los tem-
plos y suavizaran la solemnidad del ámbito con la viva her-
mosura de las aguas; y en las gradas de la Catedral, una
balaustrada, como las que existen en los semejantes edificios
españoles del Santuario de Loyola, del monasterio del Esco-
rial (lado del Estanque) y junto a las bóvedas del Sagrario
de Méjico; obras todas de gusto análogo y época próxima a
la iglesia episcopal cuzqueña. También sería menester re-
parar los portales conservando siempre la tan simpá-
tica fisonomía de su arcadas, de blancura morisca; y
componer fielmente los curiosos balcones, reponiendo
las típicas celosías de rejillas. Y cuando todo esto se
haga y la Plaza Mayor recobre con ello la dignidad
histórica que le compete, los espacios libres entre sus fuen-
tes y árboles deberían en mi opinión reservarse para las
estatuas de los dos Túpac Amaru, que en aquel propio
sitio murieron; o para un grupo que representara las prin-
cipales ciudades del Perú reunidas en torno de su madre,
la ciudad del Cuzco; o en fin, para las imágines de los
grandes emperadores auténticos: Inca Rocca, Huiracocha,
Pachacútec y Huayna Cápac, cuyos palaciOS la tradición
señala en el contorno de la misma plaza. Entre tanto no