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JosÉ
DE LA RIVA-AGÜERO
cial en contra: esa plaza, lugar venerable entre todos los
de la tierra peruana, está hoy desfiguradísima, desnaturali-
zada en extremo con el plebeyo jardín municipal y las obras
de renovación hechas en los años últimos. Mi amor por las
tradiciones y el ambiente histórico me obligaron ya a de-
cirlo en el primer capítulo de mis sensaciones de viaje; y
sería irracional que se resintieran mis amigos del Cuzco
a causa de palabras que me dictan mi celo y devoción por
lo que es patrimonio del Perú entero. Si en Lima la pobre
Plaza de Armas ha perdido el carácter interesante de nues-
tro peculiar criollismo (¡y habría sido tan fácil conservár-
selo, manteniendo uniforme el tipo arquitectural de baran-
das arcaicas y balcones semiarábigos, y realzarlo en el
cent