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JosÉ
DE LA RIVA-AGÜERO
menos armónica, pero progresiva, incesantemente adelan-
taba hasta que por plétora de fuerzas, rebasó de su Conti-
nente y envió a sus hijos hacia América, a someter la raza
que no supo avanzar.
Otra consecuencia fatal del despotismo teocrático fue
la servil sumisión del indio y su completa ignorancia. Los
escasos conocimientos literarios, religiosos y políticos es·-
taban reservados a la nobleza, y aun en ella, por falta de
libertad de inteligencia, se hizo tan poco en Ciencias y
Filosofía que si a esto nos atuviéramos, tendríamos que
considerar a la civilización incásica como bárbara. Los ade-
lantos solo fueron notables en las industrias; principalmen-
te, en la agricultura, muy superior a la europea de entonces.
Fácil es explicarse la destrucción del Imperio cuando
se conocen los efectos que sus instituciones produjeron. El
despotismo, el socialismo, la inmovilidad y la ignorancia
sistemática nos revelan por qué cayó tan repentinamente y
por qué imprimió en sus súbditos ese sello de debilidad
moral, de soñolienta pereza, que agravada por la esclavitud
del Coloniaje, los hace hoy rémoras de todo progreso.
Pero, no porque se reconozcan y se palpen sus desas-
trosos efectos, hemos de condenar a carga cerrada la ci-
vilización Incásica; no porque no asintamos con la escuela
absolutista y socialista que el ideal humano es el orden, he-
mos de admitir con la progresista que donde no hay liber~
tad, no hay nada. Las conclusiones generales, terminantes,
son muy peligrosas porque rara vez resultan verdaderas. Si
Prescott nos presenta el lado malo del Perú incásico, en
cambio Cieza de León, Carli y Mancio Sierra de Leguízamo,
en su célebre testamento, nos muestra el bueno; y aunque
mucho haya que rebajar de 10 que el remordimiento le ins-
piró a un moribundo o de lo que la magia de las cosas pa-
sadas o propósitos políticos le dictaron a los demás, siempre
queda lo suficiente para que el juicio se coloque en un
justo medio entre las calurosas detracciones de los unos