Libro digital 1 TOMO-5 | Page 64

;l6 JosÉ DE LA RIVA-AGÜERO El Inca era Dios. Ante él desaparecían todos los dere- chos, todas las libertades de los súbditos, porque el hombre desaparece ante la divinidad. Su persona y la de sus re- presentantes eran sagradas; la transgresión de sus manda- tos constituía un sacrificio. Ofrecía estas dos ventajas: En primer lugar dignificaba y engrandecía la obediencia. No es servil ni indigno obedecer a Dios. Daba, pues, la- gitimidad al poder; y al ascendiente de la fuerza bruta, propio del salvajismo y la barbarie reemplazaba la sumisión fanática, pero no irracional ni cobarde. En segundo lu. gar, aseguraba hasta cierto punto la felicidad de los súb- ditos, porque no encontrando el Inca ninguna resistencia, viéndose adorado y contando por rebaño suyo la nación entera, tenía que dedicarse a labrar su prosperidad, del mismo modo que el dueño de un animal cariñoso y su- miso. Pero por otra parte ofrecía gravísimos inconve- nientes. Destruyó la personalidad del indio; le acostumbró a obedecer ciegamente; fió su felicidad y sus intereses más queridos al capricho del Inca, al azar de la herencia dinástica; comprimió su inteligencia; aniquiló su volun- tad; realizó - tanto más seguramente cuanto que le daba el prestigio de 10 divino y permitía dominar hasta en 10 más recóndito de la conciencia - el ideal de todo abso- lutismo: la substitución del individuo activo y libre por una máquina útil; con lo que se minaba la estabilidad del Imperio, porque el día en que faltaba el único principio cahesivo, el único impulso rector ¿qué podía esperarse sino la disolución y la inercia? La Sociedad 10 era todo. El individuo se sacrificaba en aras de ella. La propiedad era colectiva; el matrimonio impuesto por el Gobierno. En fin, el objeto del indio no consistía en su bienestar, sino en el social. No puede menos de admirarnos que en un estado de civilización tan incipiente y con tan pocos auxilios haya podido alzarse el hombre hasta la sublime idea de confraternidad y colo-