EL IMPERIO INCAICO
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algunas audacias indigenistas posteriores. Sobre cómo en-
tendía yo entonces "la imprescindible solidaridad y con-
fraternidad de blancos, mestizos e indios" y CÓmo "las
diversas razas del Perú componen el alma y el cuerpo de
la Patria", consúltense los términos vibrantes del Epílogo
de mi libro La J-listorja en el Perú (1910). Por tales ten-
dencias mi amigo argentino Roberto Levillier, ha censu-
lado mi desconfianza de las 1nformaciones del Virrey D.
Francisco de Toledo. El ilustre mejicano D. José Vascon-
celos y el inolvidable peruano Carlos Pareja me han lla-
mado derechista indianófilo, tildándome de admirador
excesivo del Imperio de los Incas. No me pesan las be-
névolas reconvenciones de los de mi bando. Al defender
el Tahuantinsuyo, me siento en buena y familiar compañía
hispana; no sólo con mi querido Garcilaso de la Vega,
sino con Cieza de León y el P. Acosta, Polo de Onde-
gardo y Hernando de Santillán. Más de la mitad de mis
escritos tratan de asuntos del Perú indio, comenzando de
las civilizaciones andinas preincaicas y viniendo a la con-
dición de los ayllos o comunidades agrícolas (Discurso
en el Colegio de Abogados). Para mí y los que como yo
piensan, la peruanidad consiste en el legítimo cruzamiento
de lo español con lo indígena. La Conquista castellana
trajo al Perú los elementos es