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JosÉ
DE LA RIVA-AGÜERO
do víctima de burdos embusteros o crasos ignorantes.
Mr. Pattee prosigue en sus cansadas exhortaciones supér-
fluas, como si los que nos preciamos de ser consecuentes
con nuestra religión católica y nuestras hispánicas tradi-
ciones no fuéramos precisa y necesariamente por ello par-
tidarios de la completa asimilación de los aborígenes al
revés de lo que ocurrió en distintas partes. Nosotros va-
mos tras la generosa y clara estela que nos trazan las
bulas y cartas de los Pontífices Romanos, desde Paulo III
y San Pío V, y las Leyes de Indias, dictadas por los anti-
guos Reyes de España, desde el testamento de Isabel la
Católica y las Ordenanzas del Emperador Carlos V. Me
he mantenido siempre fiel a aquellos postulados del pe-
ruanismo integral. En lo demás he variado, y creo que pa-
ra mejorar i mas quienquiera que lea, con alguna lealtad
y rectitud de ánimo y siquiera elemental conocimiento del
idioma, cuanto he producido, tendrá que reconocer que
acepto y aplaudo todo lo valedero y utilizable, y que es
bastante, en la herencia indígena y en especial la incaica.
Colaboré desde mi primera juventud, con asiduidad y
celo, en la Sociedad Pro-1ndígena, que hace muchos años
dirigía el orador y escritor Capelo. Gasté buena parte de
mis bríos estudiosos juveniles en el examen y reivindica-
ción de los Comentarios Reales de Garcilaso, rehabilitán-
dolos del descrédito en que los habían sumido sus detrac-
tores, y puse en mi tarea afectuosa vehemencia, sin de-
trimento de la verdad y la justicia. Después, con muy sin-
cera admiración, quizá desbordante, compuse el Elogio del
mismo cronista mestizo Garcilaso, el más lírico de los
apologistas del régimen incaico. Recorrí, a modo de fervo-
roso peregrino, el Cuzco y sus épicas comarcas. Redacté
mis Paisajes Peruanos de la Sierra, que si bien no reuni-
dos en un tomo, aparecieron en revistas y diarios, y signi-
fican la exaltación del nacionalismo hispano-indio, extre-
moso a las veces, tanto que ha podido inspirar o confirmar