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JosÉ
DE LA RIVA-AGÜERO
Dejaremos de lado, como menos importantes, las otras
lenguas forasteras o ahuastmi de la Montaña o región de
los Bosques. En ella, salvo la maynas, dialecto del que-
chua, las demás pertenecen a la vasta familia arahuaca
de que acabamos de hablar, o a la tupiguaraní.
Llegamos a los dos andinas principales; la quechua
y la aymara. Son muy próximas, no sólo en sonidos y
formas gramaticales sino también en vocabulario. Hasta
una cuarta parte de las palabras son comunes o presentan
muy leves diferencias. Aunque Uhle lo haya negado al-
guna vez, puede decirse que son hermanas gemelas, como
lo son por ejemplo, el zend y el sánscrito, el griego y
el latín, el ruso y el polaco. Parecen derivarse de un tron-
co arcaico único, cuyo tipo actual más próximo subsiste
en el ájaro o cauquí, que se habla todavía en unos pocos
pueblos de la provincia de Huarochirí en Lima y se ex-
tendió antes por la de Canta. Lo más curioso es que las
formas antiguas del quechua se hallan sobre todo en los
dialectos del Norte, como en el chinchaysimi, el maynas
y el quiteño; y se advierten aún en las lenguas de los
Colorados y Sayapas del mismo Ecuador y en las de los
Napos y Canelas de sus selvas colindantes. A mi ver y
el de muchos autores, todo esto significa que el primer
gran imperio andino tuvo su origen por el Norte del Perú
y que se dilató luego hacia el Titijaja, de donde 10 des-
plazaron las tribus pastoras meridionales de su misma ra-
za, que constituyen las región étnica y filológica del ay-
marismo, el cual comienza propiamente en Canas y Can-
chis. Las infiltraciones aymaras más septentrionales se
explican por ese período colla, que es el de invasión y
anarquía subsiguientes al primer imperio, y por los trans-
portes o colonizaciones militares (mitimaes) del segundo
imperio, que fue el de los Incas, reconstitución o restau-
ración de aquél.