Libro digital 1 TOMO-5 | Page 450

406 JosÉ DE LA RIVA-AGÜERO Dejaremos de lado, como menos importantes, las otras lenguas forasteras o ahuastmi de la Montaña o región de los Bosques. En ella, salvo la maynas, dialecto del que- chua, las demás pertenecen a la vasta familia arahuaca de que acabamos de hablar, o a la tupiguaraní. Llegamos a los dos andinas principales; la quechua y la aymara. Son muy próximas, no sólo en sonidos y formas gramaticales sino también en vocabulario. Hasta una cuarta parte de las palabras son comunes o presentan muy leves diferencias. Aunque Uhle lo haya negado al- guna vez, puede decirse que son hermanas gemelas, como lo son por ejemplo, el zend y el sánscrito, el griego y el latín, el ruso y el polaco. Parecen derivarse de un tron- co arcaico único, cuyo tipo actual más próximo subsiste en el ájaro o cauquí, que se habla todavía en unos pocos pueblos de la provincia de Huarochirí en Lima y se ex- tendió antes por la de Canta. Lo más curioso es que las formas antiguas del quechua se hallan sobre todo en los dialectos del Norte, como en el chinchaysimi, el maynas y el quiteño; y se advierten aún en las lenguas de los Colorados y Sayapas del mismo Ecuador y en las de los Napos y Canelas de sus selvas colindantes. A mi ver y el de muchos autores, todo esto significa que el primer gran imperio andino tuvo su origen por el Norte del Perú y que se dilató luego hacia el Titijaja, de donde 10 des- plazaron las tribus pastoras meridionales de su misma ra- za, que constituyen las región étnica y filológica del ay- marismo, el cual comienza propiamente en Canas y Can- chis. Las infiltraciones aymaras más septentrionales se explican por ese período colla, que es el de invasión y anarquía subsiguientes al primer imperio, y por los trans- portes o colonizaciones militares (mitimaes) del segundo imperio, que fue el de los Incas, reconstitución o restau- ración de aquél.