EL IMPERIO INCAICO
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osamenta que corresponde a un individuo de breve talla,
a juzgar por la, longitud de los huesos fémures y húmeros
y con capacidad craneana e índice cefálico que permiten
clasificarlo como de tipo europeo. Atendiendo a la contex-
tura ósea y al estado de los rebordes alveolares de ambos
maxilares, los tales restos corresponden a un anciano. La
caja no contiene su esqueleto íntegro, pues faltan no po-
cos huesos menores, como casi todos los de las falanges
digitales. Por los documentos adjuntos al cadáver encerra-
dos a sus pies en una botella, que datan del año 1868,
y con las debidas certificaciones auténticas, se viene en
conocimiento de ser ese esqueleto el de un Obispo que,
con sus vestiduras moradas, alba, guantes y el hilo sos-
tenedor de su pectoral, fue exhumado en el inmediato
pasillo y llevado a la bóveda de dicha capilla, según se
lee en aquellos documentos y en los períodicos de la é-
poca. Se infiere por varias conjeturas que corresponde al
Obispo de Quito D. D. José Cuero y Caicedo muerto
en desgracia el año de 1815 en el Palacio Arzobispal de
Lima, donde se hospedaba, y enterrado sin pompa algu-
na, probablemente en el mismo Hospital de San Andrés.
Nueve años desués de esta fortuita exhumación del
cadáver del Obispo o sea en 1877, aparecieron numero-
sísimos restos humanos entre dos paredes o quinchas del
Hospital, que se juzgaron provenir de mil a mil quinientos
cadáveres que allí estaban hacinados. Quizá era entierro
mural ordinario del establecimiento en una época, o mejor
aún arbitro excepcional cuando un terremoto o una epi-
demia. Hubo sobre esto y las momias incaicas polémica
periodística entre los estudiosos D. José Toribio Polo y
D. Teodorico Olaechea, de que se reprodujo una parte
tocante al imperio, en el tomo décimo de los Documentos
Literarios del Perú compilados por O. Manuel Odriozola.
Al año siguiente, cuando debían estar vivos los ecos
de esta controversia pública sobre el paradero de las mo-