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JosÉ DE LA RIVA-AGÜERO
licias, se ocupaban en ofrecerles sacrificios, banquetes y
brindis, como si estuvieran vivos, a los que asistía a
menudo el propio Inca reinante. (Colee. Romero y Ur-
teaga, tomo 3 págs. 123 y 124). Cuando la invasión es-
pañola, los indios ocultaron en diversas partes las momias
imperiales tan reverenciadas, sin dejar de adorarlas y ha-
cerles contínuos presentes. Para evitar esas idolatrías, el
Corregidor del Cuzco, que era el mencionado Polo de
Ondegardo, puso empeño especial en descubrirlas; y vino
;¡ hallarlas
casi todas, de 1550 a 1560. En el primero
de los años dichos y en el inmediato pueblo de Bimbilla
o Menbille, descubrió los cuerpos de Sinchi Roja, Mayta
Cápaj y Cápaj Yupanqui, dentro de unas jaulas o barre-
tas de cobre (Sarmiento de Gamboa, 'Historia yeneral
1ndica). De los otros reyes de la dinastía Hurin Cuzco,
no parecieron el de Manco Cápaj ni el de Lloque Yupan-
qui, sino sólo sus ídolos o huauquis, sea porque esas dos
momias ya no existían o porque sus servidores se las ha-
bían llevado a Vilcabamba u otros lugares recónditos. De
Jos de la segunda dinastía o Hanan Cuzcos, fueron halladas
las de Inca Roca en el pueblo de Rarapa, la de Pacha-
cútec en Tococachi (parroquia de San BIas), las de Amaru
Yupanqui y Huayna Cápaj, y las de las Coyas Mama
Runtu, mujer de Inca Huiracocha y Mama Ojllo, mujer
de Túpac Yupanqui. Los cadáveres de estos Incas Hui-
racocha y Túpac Yupanqui estaban reducidos a cenizas
y encerrados en sendas tinajas, ocultas en Saquia Saquisa-
huana y en Calispuquiu, por haberlos quemado respecti-
vamente Gonzalo Pizarro y Chalcochima, el General a-
tahualpista. La identificación de los restos de Huiracocha
es algo incierta, no ya sólo por 10 que dice Garcilaso,
propenso a inexactitudes¡ sino por las razones que apuntó
.Timénez de la Espada, y por la indecisión entre los testi-
monios de Ondegardo, el del Padre Acosta y los resúme-
nes de los informes del Virrey Toledo en la 'Historia de