388
JosÉ
DE LA RIVA-AGÜERO
su mitología y sus leyendas, nos descubren las virtudes
de una cultura señorial, patriarcal y depurada. Fue un ré-
gimen de madurez, una gerontocracia, en que predomina-
ban la experiencia y el tino. Cieza refiere que a los maI1-
dos superiores se llegaba en el tercio postrero de la edad.
"Gobierno poderoso y próvido, aunque en mucha parte ti-
ránico", 10 definió exactamente el Padre Acosta. No he
ocultado sus qefectos de crueldad y despotismo. La coor-
dinación degeneró en esclavitud general y la centralización
en mecanismo antivital en artificio super chinesco. Los
sistemas, como los hombres, sucumben por la exageración
de sus cualidades. El Perú, como las construcciones del
Cuzco, tiene rejas, adornos, artesanados y mobiliario es-
pañoles, pero los cimientos y los muros son incaicos; y
no pocas veces padecemos por ellos. Así como en los
ejércitos la sumisión y la disciplina son indispensables,
pero extremándose destruyen la iniciativa y el brío indi-
vidual, raíces de toda fuerza, así en los estados que aba-
ten la personalidad por el excesivo orden del conjunto,
el desplome ante un choque exterior es fácil y las depri-
mentes consecuencias perdurables. Destruída con la Con-
quista la clase directiva, la aristocracia de los Orejones,
que era la armadura y nervio de la potencia incaica, los
súbditos quedaron rendidos y deshechos, aventados al
azar como un pobre rebaño fugitivo de llamas sin pas-
tores. Es muy de observar que los conquistadores no ha-
llaron resistencia o colaboración activa sino en los orejo-
nes (j en los yanaconas, los dos términos extremos de la
sociedad incaica. Ambos tenían alguna esponeidad y re-
sorte, por el estímulo de la propiedad individual y por
la mayor libertad de movimientos. Lo demás quedó inerte,
pasivo, postrado, pulverizado, exhausto. De aquí provie-
nen los más graves de nuestros males: la apatía, la fácil
sumisión, el esperarlo todo del gobierno, el servillismo
asiático y abrumador, que tanto repugna a cuantos conser-