Libro digital 1 TOMO-5 | Page 414

386 JosÉ DE LA RIVA-AGÜERO gozaban de propiedad individual, porque a más de las donaciones cuasi feudales otorgadas por el Inca, es de suponer que el alejarse constantemente los orejones de sus ayllos, solariegos situados en derredor del Cuzco, a causa de los puestos que los retenían en las comarcas lejanas del imperio y la costumbre de que no trabajaran en ofi- cios manuales los altos empleados, habían de acelerar la individuación de esas tierras nobiliarias, cultivadas en su mayor parte con yanaconas. La transformación estaba muy adelantada cuando llegó Pizarro; y no puede con- siderarse, como Raúl Porras lo insinúa, en calidad de un síntoma degenerativo (Porras, L.a caída del imperio in- caico), sino muy al contrario, como el resultado lógico del principio sobre el que se asentaba la organización incaica; guerrera, conquistadora, patriarcalista y jerárquica por forzosa consecuencia. Los Incas no eran por esencia pacífica, ni ig~alitarios, ni comunistas, aunque aprovecha. ran como base social la comunidad de aldea, y establecie- ran la minuciosa asistencia pública de los desvalidos me- diante un sistema de socialismo de Estado, según tantos imperios primitivos, despóticos y belicosos, lo han hecho. Atribuirles una mentalidad de demócratas pacifistas o de soviéticos niveladores, es una de las más burdas y bufas adulteraciones de la historia, que la ignorancia y la ines- crupulosa propaganda política de consuno han podido en- gendrar. No necesita el pasado incaico de tales disfraces anacrónicos para despertar interés e infundir respeto. El Inca era dueño de todas las tierras y todos los habitan- tes de sus dominios, no por afán de reparto papular, si- no por la extrema concentración de su despotismo teo- crático, como lo fueron los antiquísimos monarcas de la China y del Egipto, los reyes persas aqueménides y los sultanes de Mongolia y Turquía, sus verdaderos émulos. Con ellos se empareja Y consuena, Y no con los revolu- cionarios de nuestros días. Por eso gobernaba rodeado de