EL IMPERIO INCAICO
377
Cuzco; barrios propios de oficios, como en Tenochtitlan
y en Chanchán. La organización de la propiedad, así me-
jicana como peruana, radica en las comunidades de aldea
(calpulli y ayllos), con parcelas familiares y almacenes
comunes. Es semejante la disttibución y regulación colec-
tivista de los tupu5 peruanos y de los tlalmílpa de Mé-
jico.- Las clases sociales se diferencian análogamente;
los sacerdotes y nobles están exentos de tributo, hay en
Méjico esclavos personales como nuestros yanacuna. Mas
a pesar de las radicales identidades de origen y de raza,
las evoluciones tienden a ser divergentes en las dos nacio-
nes. Si el Perú es un eco de Egipto y de la China, Mé-
jico se aproxima mucho más a Caldea, Asiria e Indostán.
Los sacrificios humanos, agravados por la antropofagia
sagrada, alcanzan en Méjico una horrenda multiplicación
que en el Perú no conoció. No hay recuerdo en nuestra
tierra de haberse sacrificado como en Méjico y en ciertas
fiestas de una vez más de setenta mil cautivos. Los co-
merciantes profesionales obtuvieron en Méjico mucha ma-
yor importancia que en el Perú. Los proletarios o tlacotlin
que alquilaban a jornal sus brazos, por carecer de tierras,
no se descubren en el Perú sino de manera muy e.xcep-
cional y en aisladas provincias, como en Chincha e Im-
babura. Era la mejicana una sociedad más antagónica, des-
piadada y múltiple que la incaica, una desgarrada demo-
cracia militarista, y no una monarquía patriarcal, aunque
sangrienta, como el Perú. Tuvieron siempre los aztecas la
dualidad de poderes, civil y militar, que había cesado en
el Perú, o nunca se había manifestado con tal relieve y
entidad. El mismo gobierno superior de la confederación
del Anáhuac no pasaba de una liga electiva, menos re·
guIar y coherente que la de la dinastía de los Hurincuz-
cos, diferentísima de la poderosa concentración de la época
Hanancuzco. El inmenso imperio incaico no toleraba den-
tro de su propia área repúblicas independientes y enemi-