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JosÉ
DE LA RIVA-AGÜERO
brá diferencias de grado y no esenciales, como ocurre
entre el mundo incaico y el greco-romano. Sólo puede equi-
pararlos el que niegue toda valoración absoluta y todo
criterio primordial. No serían paradojas sino blasfemias
y síntomas infalibles de desvarío. Significaría el suicidio
de la inteligencia y del gusto. Lo único que racionalmente
puede admitirse en este debate es la generalísima afinidad
entre todas las civilizaciones finales, como en su tan di-
versa escala lo son la romana y la de los Incas. Por ello
predominan en ambas lo mecánico, lo expeditivo y lo rá-
pido, así en los edificios, no obstante su solidez, como
en la cerámica de moldes y reminiscenci