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JosÉ
DE LA RIVA-AGÜERO
gas, como la de Tlaxcala; ni en sus tiempos de madurez
tuvo que soportar rebeliones tan próximas a su capital,
como las de la ciudad de Chaleo a las puertas de Méjico,
porque desde Túpaj Yupanqui -los Incas, reprimido ya el
Collao, no padecieron más alteraciones que conjuras in-
ternas de serrallo, o levantamientos y guerras en las fron-
teras distantes.
Si con los mayas subsisten las semejanzas religiosas
(Cuculeán, manifestaciones totémicas, deformaciones de
las cabezas) y paralelismo en las bases económicas (pro-
piedad colectiva del clan, iniciación de la propiedad pri-
vada para los nobles, herencia de determinados bienes);
si hay, como en el Perú, mayor división de clases que en
Méjico y mayor propensión a perpetuar en las familias
los honores y distinciones, se alejan en cambio los mayas
del Perú incaico por la antropofagia sagrada a la mejicana
y la responsabilidad penal colectiva del clan o la tribu,
pues los Incas individualizaron bastante las penas. Por
último en su total ausencia de la unidad política, que era
el revés el indeleble sello de los Incas.
Con los muiscas de Nueva Granada hay mayor simi-
litud, como padría suponerse por la contigüidad de los
ámbitos, principalmente en lo relativo a la alimentación.
Como los peruanos, tenían papas, quinua, arra cachas y
coca. Presentaban de igual modo gran parecido los cami-
nos públicos, las tumbas, los sistemas de embalsamamien-
tos, la etiqueta de los soberanos y la educación de los
príncipes. Lo mismo en religión. Adoraban a Bóchica (cu-
ya leyenda es la de Huiracocha), al Sol y a las montañas.
La maligna esposa de Bóchica, Huy taca, es como el re-
belde hijo Tahuacapa en el Collao. La creación de nuevo
Sol y nueva Luna en Tunja se parece en sus términos al
relato de Betanzos. Esta nueva creación, con prototipos de
bultos y simulacros, no se diferencia de la conocida fábula
de las estatuas tiahuanaquenses. El Zipá, rey-dios, es un