Libro digital 1 TOMO-5 | Page 390

362 JosÉ DE LA RIVA-AGÜERO por los inauditos furores del triunfante bastardo, tuvo que recibir como auxiliares bajados del Cielo a los que, por todas las apariencias, venían a vengarla y a impedir su exterminio. Las atrocidades horripilantes de los generales quiteño s están muy ostensibles en las páginas de los pri- meros cronistas. Quizquiz, según Pedro Pizarro, a los pri- meros prisioneros o sospechosos los hacía matar propinán- doles grandes cantidades de ají. Otros textos aseguran que los asfixiaba, dándoles humo en las narices. Su émulo m maldades, Chalcochima, el envenenador de Tuparpa, el torturador de Huáscar, descalabraba a los caciques pre- sos, y tendidos en el suelo aplastándoles las cabezas, con piedras enormes como lo hizo en Huamachuco delante de los conquistadores castellanos, a los cuales costó tra- bajó no escaso atajarle estas crueldades. Cuando volvían de Pachacámaj, Hernando Pizarro y sus compañeros halla- ron en la plaza de Jauja a Challcochima, cuyas tropas llevaban lanzas en que aparecían clavadas cabezas, lenguas y manos de los partidarios de Huáscar. El aspecto era tan espantoso que los duros conquistadores se sobreco- gieron y espeluznaron. Digno amo de Quizquiz y ChaIl- cochima era AtahuaIlpa. Ya preso, usando de las mismas pérfidas cautelas con que ordenó matar a Huáscar y a toda su familia y comitiva, hizo que en el camino del Cuzco asesinaran a otros dos hermanos suyos, a quienes fingió autorizar para el viaje. Bebía chicha en el cráneo de otro hermano, según de ello se jactaba ante los asquea- dos y atónitos españoles. Sus ojos encarnizados, rojizos, sanguinolentos, patentizaban la ferocidad del ánimo. Mas, a pesar de su tan decantada dignidad y entereza, se mos- traba alegre, locuaz y casi jocoso con sus sojuzgadores y carceleros. Llamaba perros a sus súbditos de Manta y Túm- mezo Lloró cuando se supo condenado a muerte; y al fin resignado a morir, dio a los blancos el infame consejo de