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JosÉ
DE LA RIVA-AGÜERO
los más inclinados a Atahuallpa. Años hace que rebatí las
impugnaciones y atenuaciones formuladas por Prescott. Los
que salvaron, entre los innumerables miembros de la fa-
milia imperial y de la casta de los orejones, debieron la
vida a haber huído a las selváticas quebradas de los An-
tis o a las regiones del sur, que los atahualpistas no lle-
garon a ocupar. Así escapó Manco, heredero presunto por
ser hijo de la tercera Coya. Se alejó a tiempo, en com-
pañía de uno de los sacerdotes del Sol, cuando ya el pri-
mer HuilIac Umu y su auxiliar Rupaca estaban presos
junto con Huáscar y los supremos dignatarios. Manco va-
gaba disfrazado de indio del pueblo, seguido de un solo
paje, hasta que la invasión de los españoles le permitió re-
cuperar sus insignias y jerarquía. En cambio, el otro her-
mano Paullu fue perdonado por los generales de Atahuall-
pa, porque había reñido con Huáscar, quien lo tenía pre-
so a consecuencia de una intriga amatoria del serrallo. Una
de las hermanas y mujeres de Huáscar, Cusy Huarcay, con
una hija suya del mismo nombre, que fue después la espo-
sa de Sayri Túpaj, se ocultó en los bosques de la región
oriental. También se salvaron entre otras ñustas hermanas
de Huáscar, Quespi Cusi Huayllas (cristal de alegría), que
era la futura doña Inés, manceba de Pizarro, luego casada
con el conquistador Ampuero en Lima.
Por fin, se puso en marcha hacia el norte la mise-
randa caravana de los principales rehenes. Acompañaban
a Huáscar la Coya su mujer Chiqui Huipa y sus dos hijos,
sus dos hermanos Titu Atauchi y Túpaj Atau, la Coya
madre Rahua, los capitanes Huanca Auqui, Ahua Panti y
Páucar Usnu, el sumo sacerdote Challco Yupanqui, el se-
gundo mayordomo del Sol Rupaca, y otros altos minis-
tros. Todos ellos fueron ejecutados de manera salvaje
clandestina, como en una célebre tragedia monárquica de
·nuestro siglo. Los ahogaron a los pocos meses en Anda-
marca (la actual MolIepampa), junto al río Marañón. De-