Libro digital 1 TOMO-5 | Page 387

EL IMPERIO INCAICO 359 de donde no se movió hasta que la venida de Pizarro lo obligó a regresar a Cajamarca. Después de haber los Incas del Cuzco acatado en Quehuipay la imagen de Atahuallpa, besando el aire y ofreciendo cabellos y pestañas, y de aclamarlo como 'Jieei CáPaj (Señor de todas las extremidades del mundo), se vieron defraudados en sus esperanzas de amnistía, porque muchos fueron presos y algunos muertos allí mismo. Huás- car y la Coya viuda, su madre, continuaron vituperados y maltratados. Peores cosas aún ocurrieron en los días siguientes, cuando llegaron órdenes expresas e implacables de Atahuallpa. Delante de Huáscar mataron a muchas de sus hermanas y concubinas, ahorcándolas en estacas que formaban hileras por el camino de Jaquijahuana al Cuzco. Mataron también a todos los hijos de Huáscar, que pudie- ron haber a las manos, sin reservar por entonces para que 10 acompañaran en su cautividad sino a los dos legítimos. A las mujeres preñadas les abrían el vientre, y les sacaban los fetos por los ijares. Para mayor tormento Huáscar maniatado asistía a martirios tan horribles. La carnicería se extendió a los ayllos que se habían distinguido más por adhesión a su causa. Tal fue el caso del Cápaj ayUo de Túpaj Yupanqui, que fue diezmado. La momia del gran emperador, que había conquistado Quito y que era abuelo común de los dos adversarios, fue quemada públicamente en el lugar llamado Rocramuca, junto al Coricancha. El mayordomo de su cofradía, ahorcado, 10 propio que casi todos los asistentes, yanaconas y ajllas que le estaban de- dicados en especial. Se encarnizó la matanza contra los pueblos cercanos al Cuzco, habitados por determinados parcialidades de orejones, y contra los cañaris y chacha- poyas de guarnición en la capital, que como sus conna- cionales habían sido tan fieles al partido de Huáscar. Este cúmulo de horrores está probado por el concorde testimonio de los cronistas españoles e indios, hasta de