Libro digital 1 TOMO-5 | Page 386

358 JOSE DE LA RIVA-AGÜERO condujeron los vencedores a Huáscar y a sus principales familiares y magnates a unos aposentos a cosa de media legua del Cuzco, donde lo depositaron encadenado y bajo buena guarda. En recuerdo de tan triste espectáculo pusie-. ron a este lugar el nombre de Quehuipay (dislocación, subversión, revolución o traición). Las columnas enemigas dieron vista a la capital por la cuesta de Carmenca y por el cerro de Yahuira y Piccho, allí donde el propio Huáscar había hecho erigir dos halcones de piedra en honor de su huauqui o totem particular. Los cronistas cuentan que de la ciudad se elevaba un gran rumor de llantos desga- rradores y desesperados alaridos. Los indios, por su natural gemebundo s, tenían que lamentar calamidad tan inaudita como el vencimiento de la metrópoli sagrada; y compren- dían que iban a proseguir las venganzas y mortandades. En efecto, la ciudad fue saqueada. No respetaron más que el Coricancha y el convento de las ajllas. Quizquiz y Challcochima convocaron en Quehuipay a los clanes de los orejones más principales, para que junto con los ya presos rindieran homenaje y adoración a la efigie de Ata- huallpa, promediendo perdón a cuantos obedecieran. Con esta esperanza desfilaron los ayllos incaicos ante su rey cautivo, amarrado de pies a manos, sobre una yacija de cuerdas. Entonces o poco después le horadaron los hom- bros, astilIándoselos, para pasarle por dentro de la herida una soguillas, tal como lo hacían los asirios y babilonios. Lo atestiguan en este caso los primeros conquistadores castell