EL IMPERIO INCAICO
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a los Orejones a no mostrarse menos valerosos que los
eolIas y chilenos, sus antiguos y constantes súbditos. Huan-
ca Auqui, el desdichado general, había presentado de ro-
dillas sus descargos a Huáscar y obtenido el más amplio
perdón regio. Parece que siguió en su cargo de coman-
dante; pero el mismo Huáscar, después de una visita al
templo de Huanacauri, asumió en persona la dirección de
la guerra y puso su tienda en medio del enorme campa-
mento asentado en la llanura de Anta. Tal vez se imagi-
naba repetir en esas mismas tierras las felices proezas de
su antepasado contra los chancas. No está muy claro có-
mo Challcochima y Quizquiz vadearon el Apurímac y
subieron a las alturas de Limatambo. Los cuzqueños en
un encuentro les quemaron mucha gente, incendiando el
pajonal de Huanacopampa. Mas, a pasar de estas parcia-
les ventajas, la batalla definitiva se empeñó y a no más
que a legua y media del Cuzco, en el lugar llamado Chon-
tacasa o Quepaypa. Hubo en ambos partidos las consa-
bidas escenas de agorería, la inspección de entrañas en
los sacrificios humanos de la callpa y otros sortilegios de
los umus o hechiceros. Refiere Santa Cruz Pachacuti que
lo generales atahualpistas entraron con gran confianza y
denuedo en la pelea, porque de los dos bultos que repre-
sentaban a los hermanos contrincantes, puestos al fuego,
había prendido el de Atahuallpa y se había apagado muy
pronto el de Huáscar.
El ejército cuzqueño se vió dividido en varios trozos.
Challcochima y Quizquiz obtuvieron la más completa vic-
toria. Exterminados los cargadores del Inca, que eran los
naturales de Lucanas y Camaná, los quiteño s se apode-
raron de la litera imperial y derribaron de ella a Huáscar,
como los españoles habían de hacerlo pocos meses más
tarde con Atahuallpa en Cajamarca. Su hermano Titu A-
tauchi fue preso en la retaguardia de los fugitivos. Mien-
tras continuaba el desbande general de los cuzqueños,