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JosÉ DE LA RIVA-AGÜERO
Has de la reñida y luctuosa retirada, en que menudearon
los combates: en Andahuaylas la grande (llamada así pa-
ra distinguirla de la vecina al Cuzco), Pincos, Curampa,
Huancarama, Cochacasa y Abancay (Véase Cobo, Sar-
miento, Cabello Balboa y Juan Santa Cruz Pachacuti).
Las abultadas cifras de combatientes que trae Santa
Cruz Pachacuti demuestran la profunda impresión que los
lances de esta guerra hicieron en la imaginación popular.
Ordenó Huáscar plegarias y ayunos extraordinarios; y le
acudieron nuevos ejércitos del Collao, Carangas, Tucumán
y Chile, y hasta escuadrones de flecheros de los Antis,
Chunchos y Chiriguanas. Debió de ser una masa hetero-
génea, comparable a las muchedumbres orientales, a los
abigarrados contingentes de los reyes egipcios y persas,
por ejemplo. Aunque de razas belicosas, carecían sin duda
del empuje y la disciplina de los veteranos que capitanea-
ban Challcochima y Quizquiz. Atahuallpa entretanto se
vino a Huamachuco; y para vengarse del famoso oráculo
del lugar, que vaticinaba en favor de Huáscar, rompió la
efigie, deshizo el adoratorio, mató al principal hechicero
y ordenó perseguir y extirpar a los demás de ese distrito.
En Curahuasi, a catorce leguas del Cuzco, defendien-
do el paso y la ribera occidental del Apurímac, los collas
y chilenos de Huáscar alcanzaron a contener y desviar
la arremetida de los de Quito. Otro golpe de auxiliares
subió por Velille y Chumbivilcas para atajar a los de Ata-
huallpa en el lado de Cotabambas. Aquí los collasuyus
vencieron en un combate a los invasores. Por las palabras
de Huáscar después de esta victoria, han querido inferir
algunos que confesó el monarca la descendencia colla de
los Incas. No hay tal cosa. Esos comentadores han leído
muy de ligero el texto de Sarmiento de Gamboa y no se
han tomado el trabajo de compararlo con la aproximadí-
sima versión que da la 7I1iscelánea de Cabello Balboa, por
la cual se ve muy al contrario que Huáscar exhortaba