Libro digital 1 TOMO-5 | Page 381

EL IMPERIO INCAICO 353 nes. Los Cañaris vivían en derredor de Tomebamba, re- sidencia favorita de los Incas. Recientemente habían jurado fidelidad a Huáscar en el templo de Mullucancha ante la estatua de oro de Punchau, traída del Cuzco y en cuyo seno se guardaban las cenizas de los corazones de los Incas antiguos. Uno de los enviados de Huáscar debió de ser colla, porque se llamaba Janco, como hubo de ser colla igualmente el leal gobernador o 1ucuyricuy de los cañaris, Urcu. En esta segunda campaña alcanzó Atahuallpa al frente de sus aguerridas tropas una victoria completa con- tra los cuarenta mil hombre que acaudillaba Atoj. Mu~ rieron cerca de quince mil. Los generales de Huáscar/ que eran Atoj y Urcucolla, cayeron prisioneros y fueron tor- turados de manera atroz, con refinamientos de barbarie. Les sacaron los ojos, los asaetaron, de sus cráneos forra- dos en oro hizo Atahuallpa copas en que beber, y de los cadáveres de cuantos murieron en el campo de batalla mandó levantar pirámides horrendas, como un conquista- dor asiático. En castigo de su fidelidad, Tomebamba fue asolada. En vano salieron a implorar la piedad del ven- cedor columnas de hombres y niños que agitaban ramas verdes en las manos. Atahuallpa no perdonó sino a las ajllas del Sol y a algunas criaturas. Pasó a cuchillo a sesenta mil personas. Repartió entre sus soldados las viu- das y huérfanos de las poblaciones destruídas y dejó yer- ma Tomebamba, la cuna y capital predilecta de su padre. No sólo Jerez, sino el decidido atahualpista Santa Cruz Pachacuti 10 confirma. Después de esta catástrofe de los ejércitos cuzqueños, hubo al parecer una pausa en las operaciones de guerra. Atahuallpa, que al principio de su gobierno como ranti había dominado una sublevación de los huancavilcas, a- provechó la temporada de semi quietud para contener a los quijos y cocamas del Oriente, que amenazaban la desguarnecida Quito. Por su parte Huáscar congregó tro·