EL IMPERIO INCAICO
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No se sabe bien por qué Rahua, la emperatriz viuda,
se disgustó con su hijo. Quedan de la discordia palaciega
varios testimonios en los cronistas. Quizá uno de los prín-
cipes de la conjuración frustrada era también hijo de
Rahua, porque la Coya reprochó al Inca en diversas oca-
siones la severidad del castigo. O quizá es simplemente
otra invención de las muchas con que los atahualpistas
procuraron denigrar al vencido. Saltante ejemplo de inter-
pretaciones malévolas es que se le vitupere, en el relato
de Santa Cruz Pachacuti, por haber entregado doncellas
de los conventos o' ajlla huasi a los curacas y a los indios
danzantes en las pantomimas religiosas, cuando está pro-
bado que de continuo muchas de las escogidas se distri-
buían, aparte de las destinadas al culto del Sol y a ser
sacrificadas a los dioses; y el Inca daba aquéllas en ma-
trimonio a quienes deseaba premiar. Tal era uno de los
fines principales de la instalación, porque la' más preciada
recompensa de caciques y vasallos, consistía en conseguir
esposa de mano del Inca. A más de las voces calum-
niosas, atestiguan la efervescencia del imperio las habi-
tuales sublevaciones de los chachapoyas, que se encastilla-
ron en la pucara o fortaleza de Lévanto, y agitaron la
provincia de Pomacocha, en los Antis de Maynas, al o-
riente de los bracamoros casi al propio tiempo que se
iniciaba la ruptura con Atahuallpa en Quito. Huáscar u-
saba antes de su coronación el mismo nombre que de infan-
te o auqui tuvo su padre Huayna Cápaj, Titu Cusi 1iuall-
pa, a que agregaba,como ya lo apunté, los apelativos indo-
látricos de Inti e Illapa. Dije que fue también mayordomo
del Sol como Huayna y se educó en el Coricancha. Estaba
reconocido como príncipe heredero, con la borla distinti-
va, desde que Huayna Cápaj salió! a la campaña de Pasto,
según lo averiguó el Oidor Santillán. La legitimidad de su
gobierno, en consecuencia, no admitía dudas. Además, era
hijo de la segunda de las ~sposas hermanas, ascendida a