EL IMPERIO INCAICO
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que es la cuenta de Pedro Pizarro, y 1523, que es la de
BIas Valera, Garcilaso y Cabello Balboa, hasta 1524, con
Pedro Sarmiento. Llegan otros a 1526. Derívanse estos
cómputos de los testimonios de cronistas primitivos, co-
mo Jerez, que la señala ocho años antes de la Conquista,
y el mismo Pedro Pizarro, que la dilata hasta diez ante-
riores a esa fecha. La fuente se halla en las declaraciones
de Atahuallpa y los suyos, los cuales tenían grande inte-
rés en prolongar el tiempo que precedió a la deposición
de Huáscar, para que se considerara al rival quiteño co-
mo pacífico y diurturno poseedor en sus pretensos domi-
nios hereditarios. Pero hay conjeturas que contradicen
dicha tesis, trayendo mucho más acá la época de defun-
ción del último Inca indiscutido. Cuando Vaca de Castro
levantó sus Informaciones, cuyo extracto disfrutamos, los
pocos quimocamayos salvados de las matanzas atahualpis-
tas, calcularon, según las cuentas de sus nudos, que el
período de Huáscar no había durado sino dos años y
cuatro lunas o meses. Como probablemente los reinados se
computaban sólo a partir de la coronación y de la adop-
ción consiguiente de nuevo nombre en la serie dinástica,
todo lo cual siguió a las ex cequias de Huayna Cápaj, que
duraron largo tiempo, hemos de agregar cuando más de
un año a los dos y meses que precedieron al de 1532, en
el que se realizaron conjuntamente el destronamiento de
Huáscar y el desembarco en Túmbez de Pizarro. Así lle-
gamos para la muerte de Huayna Cápaj a 1529, o en últi-
mo caso a fines de 1528. Bastantes cronistas aseveran que
Huayna supo ese desembarco de Pizarro, estando el Inca
en Tomebamba, antes de su última ida a Quito. Los te-
mores que abrigó sobre las incursiones de los castellanos
y el mandato de traer a la corte a tres que se habían que-
dado en tierra, precisan el momento de aquellas inquie-
tudes de Huayna Cápaj. No es probable que se refirieran,
como pretende Garcilaso, a las remotas expediciones de