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JosÉ
DE LA RIVA-AGÜERO
quía. Pero a quien más se parece sin duda Huayna Cápaj
es a su émulo el azteca Montezuma 11 XocoyotI (el joven) ,
como él grave y silencioso, empeñado en guerras muy
reñidas e inciertas, afligido por las incesantes rebeliones
de miztecas y huezotzingos, y por las victorias de los
tlascaltecas que, como en Quito a Auqui Toma, le ma-
taron a su hermano Tlacahuepantzin, y ensombrecido por
los pronósticos sobre misteriosos blancos invasores. En el
Perú y en Méjico, al mismo tiempo se habla de agüeros
sobríos, águilas que caen, nubes que amenazan, aureolas
fatídicas y voces sobrehumanas présagas del cumplimiento
de antiquísimas y funestas profecías de QuetzalcoatI y
Huiracocha acerca de la ruina de ambos imperios america-
nos. Era en ellos como la convicción de su caducidad
irremediable, el presentimiento y la conciencia agonizan-
tes de culturas que habían topado con infranqueables lí-
mites y que comenzaban por sí a descomponerse, en sus
mismos elementos intrínsecos, antes del decisivo choque
externo. Cuando el cadáver embalsamado de Huayna Cá-
paj fue llevado con gran pompa al Cuzco, y se quedó
su corazón en Quito, los lloros de las exequias y el ho-
rror de las cuatro mil víctimas inmoladas, parecían vati-
cinar el término de las prosperidades de los Incas; porque
ya rugían las tremendas rivalidades dinásticas, atizadas
por las de la casta y superior y las de las dos grandes
regiones del Sur y del Norte, que habían de facilitar la ci-
vilizadora invasión castellana.
XIII
HUASCAR y ATAHUALLPA
Importa, para la cronología del Perú, determinar,
aproximadamente siquiera, la fecha de la muerte de Huay-
na Cápaj. Los más conocidos autores van desde 1522,