EL IMPERIO INCAICO
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deza de la represión en Yahuarcocha. El retrato que a
través de los cronistas nos traza de Huayna Cápaj la tra-
dición de los propios indios, es el de un monarca infati-
gable pero suspicaz y muy cruel, propenso a escuchar li-
sonjeros y delatores. Era, dicen, pequeño, doblado y recio
de cuerpo, aunque bien formado, muy grave de semblante
y muy taciturno, celosísimo de su autoridad y de sus
mujeres y desenfrenado en el harén. Con frecuencia se
excedía en la bebida, aunque no perdió jamás la cabeza.
Orgulloso, constante, emprendedor, vengativo, muy dili-
gente en recorrer todo el imperio, su actividad y su recio
pulso mantuvieron no sin gran trabajo la unión de los des-
mesurados dominios que ya pugnaban por dividirse. La
mole enorme del Tahuantinsuyu tendía al divorcio y frac-
cionamiento, COmo en el Egipto y China, como en la Cal-
dea e Israel, con las capitales antagónicas del sur y del
Norte, del Cuzco, Tomebamba y Quito, que constituían
respectivos centros de atracción y divergencia. Cuando
Huayna Cápaj combate junto al río Pisque, en las dudo-
sas batallas de Cochasqui, nos trae a la memoria a los
grandes faraones de la décima nona dinastía, como Ramsés
11, triunfantes y esplendorosos aún, pero en realidad me-
nos potentes que sus predecesores los Tutmosis y Ahmo-
sis, que vencieron sin tantas dificultades y alternativas~
Cuando recorre Huayna los confines de Coaqui y de
Chile, y. contiene con esfuerzo las incursiones de los chi-
riguanas construyendo líneas de fortalezas y transplan-
tando muchedumbres de mitimaes, nos recuerda a los 50-
beranos persas aqueménides o sasánides, cuando visitaban
las más lejanas satrapías, casi siempre en insurrección. A
ellos se parecen, por cierto que maravillosamente, los úl-
timos emperadores incaicos, en todo el régimen adminis-
trativo, en la teocracia solar y despótica, en el incesto di-
n,ástico obligatorio, y en la molicie y los crimines del
serrallo, que produce la rápida decadencia de la monar-