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JosÉ
DE LA RIVA-AGÜERO
enviado al Cuzco como trofeo. No quedaron con vida en
toda la comarca de Imbabura sino mujeres y niños, por
10 que fue denominada esta nación de buambracunas (los
muchachos). Vino a interrumpir la guerra de Quito la no-
ticia de una gran invasión de los chiriguanas en Charcas.
Rompiendo la línea de fortalezas de la frontera como Cuz-
cotuIlo, penetraron hasta cerca de Chuquisaca. El Inca
despachó un ejército de veinte mil soldados de la región
de Chinchaysuyu al mando del general Yasca. Se puntua-
liza que cada una de las naciones que componía este cuer-
po expedicionario conducía, como especial paladión, sus
sendas huacas peculiares. Iban así la Catequilla de Caja-
marca, las de Huamachuco y Bombón, y la Curicbaculla
de Chachapoyas. En el Cuzco, los lugartenientes o visires
Auqui Túpaj y Apu Ilaquita proveyeron a Yasca de nue-
vos recursos. Se hizo otra leva en el CoIlasuyu. El robus-
tecido ejército rechazó a los salvajes chiriguanas y recons-
truyó el sistema de fortificaciones que les cerraba la su-
bida a las provincias del Alto Perú.
Entretanto, Huayna Cápaj avanzó desde Quito a Pasto
para la ocupación definitiva de las provincias septentrio-
nales. En las riberas del Angasmayo colocó sus confines,
señalándolos con estacas recubiertas por planchas de oro.
De allí bajó hasta el mar, penetrando en las calurosas e
insalubres comarcas de Temuco, Cayapas, Atacámez y Co-
jimíes. Las penalidades de dichas jornadas fueron ex-
traordinarias, y muy escaso el fruto. Muchas veces los sol-
dados incaicos se vieron en riesgo de morir de hambre
y sed, diezmados por los enemigos invisibles e inalcan-
zables en las espesuras. Fue como la campaña de Cambises
en Etiopía o las de Darío en la Esticia o Alejandro en
el Indo. El botín en Coaque se hizo algo más de apreciar:
esmeraldas, turquesas y conchas multicolores. Bajó des-
pués el Inca a las provincias de Manabí, Manta y los
Huancavilcas, que había recorrido su padre. Mandó cons-