Libro digital 1 TOMO-5 | Page 366

338 JosÉ DE LA RIVA-AGÜERO enviado al Cuzco como trofeo. No quedaron con vida en toda la comarca de Imbabura sino mujeres y niños, por 10 que fue denominada esta nación de buambracunas (los muchachos). Vino a interrumpir la guerra de Quito la no- ticia de una gran invasión de los chiriguanas en Charcas. Rompiendo la línea de fortalezas de la frontera como Cuz- cotuIlo, penetraron hasta cerca de Chuquisaca. El Inca despachó un ejército de veinte mil soldados de la región de Chinchaysuyu al mando del general Yasca. Se puntua- liza que cada una de las naciones que componía este cuer- po expedicionario conducía, como especial paladión, sus sendas huacas peculiares. Iban así la Catequilla de Caja- marca, las de Huamachuco y Bombón, y la Curicbaculla de Chachapoyas. En el Cuzco, los lugartenientes o visires Auqui Túpaj y Apu Ilaquita proveyeron a Yasca de nue- vos recursos. Se hizo otra leva en el CoIlasuyu. El robus- tecido ejército rechazó a los salvajes chiriguanas y recons- truyó el sistema de fortificaciones que les cerraba la su- bida a las provincias del Alto Perú. Entretanto, Huayna Cápaj avanzó desde Quito a Pasto para la ocupación definitiva de las provincias septentrio- nales. En las riberas del Angasmayo colocó sus confines, señalándolos con estacas recubiertas por planchas de oro. De allí bajó hasta el mar, penetrando en las calurosas e insalubres comarcas de Temuco, Cayapas, Atacámez y Co- jimíes. Las penalidades de dichas jornadas fueron ex- traordinarias, y muy escaso el fruto. Muchas veces los sol- dados incaicos se vieron en riesgo de morir de hambre y sed, diezmados por los enemigos invisibles e inalcan- zables en las espesuras. Fue como la campaña de Cambises en Etiopía o las de Darío en la Esticia o Alejandro en el Indo. El botín en Coaque se hizo algo más de apreciar: esmeraldas, turquesas y conchas multicolores. Bajó des- pués el Inca a las provincias de Manabí, Manta y los Huancavilcas, que había recorrido su padre. Mandó cons-