EL IMPERIO INCAICO
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se dirigió al noreste de Quito, contra los cayambis y ota-
val os. Delante de las fortalezas de Cochasqui el Inca es-
tuvo a punto de sucumbir. Ante el impulso de los enemi-
gos, la milicia especial de los Orejones retrocedió. En el
tropel de la huida, el soberano cayó de sus andas de oro,
y tuvo que combatir a pie, con la lanza de su padre
Túpaj Yupanqui (Santa Cruz Pachacuti). La batalla re-
ñida e indecisa y la actitud del monarca nos recuerdan
a Ramsés II peleando en Codshu contra los hititas. Sal-
vado el ejército a duras penas, mostró Huayna Cápaj en
la retirada justo resentimiento contra el cuerpo de los O-
rejones, que se habían desbandado. Ofendidos éstos a su
vez por el desvío del monarca, pretendieron regresarse
al Cuzco, llevándose la piedra sagrada de Huanacaurí.
Temeroso de perder el núcleo hereditario de su ejército,
el cuerpo especial incaico que contaba no menos de veinte
mil combatientes, se vió obligado Huayna Cápaj a rogar-
los y desenojarlos, repartiéndoles gruesos donativos de
víveres, ropas finas y comidas, y sirviéndose hasta de la
intercesión de antiguas concubinas de su padre y del re-
cuerdo de la Coya Mama OjIlo. Remediada la disensión
de los Orejones, se emprendió con ellos y con tropas de
refresco la tercera campaña. El asedio de los cayambis
fue también esta vez durísimo. En él pereció el hermano
predilecto de Huayna Cápaj, el General Auqui Toma Inca.
Para vengarlo, acudió el mismo Huayna Cápaj con re-
fuerzo; y mediante algunos ardides de primitiva estrate-
gia, alcanzó a tomar los fuertes y a empujar a los ven-
cidos hasta una laguna que está legua y media al norte
de la actual ciudad de Ibarra. Rodeados allí los cayambis,
hizo degollar con espantosa crueldad más de veinte mil
en las orillas. Por eso tomó el lugar el nombre de Yahuar-
cocha (laguna de sangre). Vino después la ejecución del
jefe rebelde, Píntuj (nombre quechua totémico, caña bra-
va), que fue desollado. De su piel hicieron un tambor,