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JOSE DE LA RIVA-AGÜERO
tan abonados por los restantes cronistas. Y por más que
sea cuestión de importancia muy secundaria, sirve para
enseñamos a desconfiar de las antojadizas y dogmáticas
afirmaciones de cierta escuela que se reputa modernísima
reformadora de la protohistoria peruana. Ninguna mues-
tra de gran talento militar ni político podía haber dado
Inti Cusi Huallpa, pues todas las tradiciones convienen
en reconocer que ascendió al trono muy mozo, casi ado-
lescente, menor de veinte años y necesitado aún de cura-
tela. El quipocamayo Catari, aunque alegado por Anello
Oliva, que es autor de escaso crédito para la edad incaica,
declara que no tenía más de diez y seis años; y así hubo
de ser, ya que Juan Santa Cruz Pachacuti lo llama mucba-
cbo de paca' edad, y explica que le era menester un go-
bernador y coadjutor. Las Casas repite que era bien man-
cebo, y Huaman Poma de Ayala que era infante muy
menor. Así lo acredita su nombre de entronización Huay-
na (mozo) y la actitud que observó a los comienzos de
su reinado, que es la incierta y retirada que corresponde
a un pupilo inexperto.
El pretenso nombramiento del bastardo Cápaj Huari
por Túpaj Yupanqui moribundo se redujo a una intriga
de serrallo. La fraguaron dos concubinas del anciano mo-
narca, Chuqui Ojl1o, madre del pretendiente, y Curi OjIlo,
que tenía con ella deudo próximo. Se tramaba esto en el
palacio de Chincheros, situado entre Anta y el valle de
Urubamba, y que fue la residencia en que falleció el gran
Túpaj. La emperatriz viuda, Mama Ojl1o, que parece ha-
ber sido de gran prudencia e influjo, una especie de sul-
tana validé, dominó la situación con el auxilio de su cu-
ñado el príncipe Huaman Achachi. Ocultaron en Quispi-
canchis a Inti Cusi, para salvarle la vida de la conjuración;
y debelaron ésta en el Cuzco matando a las dos concu-
binas, a quienes acusaron de haber envenenado al Inca
viejo, y desterrando o ejecutando al pretendiente, que no