EL IMPERIO INCAICO
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En sus campañas, Túpaj Yupanqui se hacía preceder,
como los soberanos aztecas, por mercaderes que le ser-
vían de espías. Esta clase de vendedores ambulantes ad-
quirió alguna importancia en el Perú, aunque menor que
en Méjico. Negociaban con oro, plata, nedrerías, telas
finas y plumerías de lujo, permutándolas con artículos de
los bárbaros y salvajes. Correspondiendo a la prosperidad
general, el período de Túpaj Yupanqui se distinguió por
construcciones suntuosas. Acabó la del Coricancha, en cu-
yos jardines artificiales incustró las esmeraldas y perlas
traida del Norte, junto con las turquesas andinas; y pro-
digó .las chaperías de metales preciosos. Adelantó mucho
la gran ciudadela de 5ajsayhuaman, comenzada por su
padre y su hermano. Levantó además en el Cuzco el pa-
lacio de Pucamarca; en Chaca y Pucara del Collao, edi-
ficios que rivalizaban con los preincaicos, 10 propio que
en Hmínuco el Viejo; y en el Norte, los de Tomebamba,
Latacunga y Quito, y los templos anexos. El palacio de
su predilección fue el de Chincheros, en las cercanías del
Cuzco, hacia el Noroeste. Allí murió muy viejo, aseguran
que de más de ochenta años. Su cuerpo, enterrado en
Muyna con gran tesoro, fue profanado y quemado por
Cha1cochima y Quizquiz, Generales de AtahualIpa, quie-
nes, como si hubieran querido vengarse del conquistador
de Quito, diezmaron con ensañamiento el ayIlo de !:;us
vástagos y le arrebataron las joyas y tierras señaladas para
su culto. Garcilaso se equivocó al imaginarse que entre
las momias descubiertas por Ondegardo estaba la del pro-
pio bisabuelo del mestizo cronista. Ondegardo descubrió
sólo las cenizas, recogidas en un cántaro, junto al cual
estaba su doble o sea la estatua de buauc{ui, que se lla-
maba cuxichuri, Todo se halló en Calixpuquiu. Atribuí-
anse a Túpaj Yupanqui máximas en honor del dios Huira-
cocha y de la superioridad de éste sobre el Sol; y acerca
de los hijos de los plebeyos, a quienes denegaba la instruc-