EL IMPERIO INCAICO
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cipe heredero o como único soberano reinante, ganó para
el imperio las grandes provincias de Palta, el Azuay, el Ca-
ñar y Tunguragua. Continuando la conquista hacia Quito,
reunió tan crecido ejército que los cronistas lo ascienden a
doscientos cincuenta mil hombres (Sarmiento es el más
puntual aquí y en todo 10 de la historia externa). La
mayor batalla se trabó en Latacunga, sitio estratégico en
que se ha decidido varias veces la suerte de aquel país.
La refriega fue muy reñida. En el momento de mayor in-
decisión, Túpaj Yupanqui, eriguiéndose en su litera, llamó
él la reserva de cincuenta mil hombres, cuyo empuje de-
terminó la derrota de 10 quiteños. Mataron los del Inca
a los jefes contrarios, entre 105 que era el principal elcu-
raca Pillahuaso. Fundó Túpaj Yupanqui, con mitimaes
quechuas y orejones, la cuidad de Quito sobre su anterior
poblado de los sojuzgados caras, proponiéndose tener en
el Norte una segunda capital. La adornó con notables e-
dificios; y aseguró con pucaras, o sea castillos, las comar-
cas inmediatas. Dejó como gobernador de la recién fun-
dada Quito incaica al anciano orejón Cha1co Mayta. Hubo
de extender su poderío bastante más allá, por Otavalo y
Caranqui, que su hijo Huayna Cápaj no hizo después
sino recuperar, pues consta en Cieza (Señorío, cap. 51)
que Túpaj dejó en Caranqui un presidio o guarnición y
porque ha de suponerse establecido en Imbabura su pre-
dominio para explicar la posibilidad y audacia de sus ex-
pediciones por las costas insalubres y remotas de Atacá-
mez, Manta y Guayaquil.
La campaña tpás penosa e infructuosa parece haber
sido la de Puerto Viejo y Manta. Entretanto, le llegaron
nuevas de otro alzamiento reprimido en el Cuzco. Las
comunicaciones con la lejana metrópoli eran ya muy fáci-
les y frecuentes, tanto que Cieza no vacila en compararlas
de manera hiperbólica con las de Sevilla a Triana. Así,
se supo luego el castigo de la alteración cuzqueña; y tran-