EL IMPERIO INCAICO
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mia entre las de los exhumados monarcas. Hay además
los monumentos cuzqueños de los Amarumarcahuasi jun-
to a Tambomachay, del palacio de Collcampata y del jar-
dín de Chacuaytapara, que se atribuyen a él o a su mujer.
Agregué como secundarios el matrimonio de su hija, en
calidad de Coya legítima, con Huayna Cápaj; y en fin
la refundición de su panaca o cofradía gentilicia con el
Cápaj ayllo de Túpaj, y no con el de su padre, según
testimonio de Santa Cruz Pachacuti, lo que parece indicar,
por la irregularidad de la agregación que ésta hubo de
hacerse después de fallecido Pachacútej. Ha de considerar-
se como un arreglo imprevisto o urgente ficción legal, que
no pudo provenir sino del forzado destronamiento de A-
maru. Lo causó la tremenda sublevación del Collao, cuyo
núcleo estuvo en la región del Azángaro, Asilla y Arapa,
al norte de Huancane y del gran lago. Bien se comprende
porqué fue la comarca de Azángaro el verdadero foco de
la insurrección. Los caciques del Collao que la encabeza-
ron, habían desertado del ejército del Inca al creerlo perdi-
do y a punto de disolverse en el Amarumayu¡ y de allí
se regresaron a las selvas de Carabaya. El nuevo Inca
Túpaj Yupanqui, tras largos años de esfuerzos, logró ven-
cerlos en la batalla de Pucara ¡ y prendió y ejecutó a los
caudillos. En recuerdo de la decisiva victoria, erigió edi-
ficios y estatuas, junto a las construcciones y bultos prein-
caicos que allí existían, de todo lo cual Cieza habla. Los
grandes curacas co11as que escaparon de la matanza, como
Cari, el de Chucuito, fueron presos al Cuzco; pero al cabo
Túpaj Yupanqui reunió en asamblea a éstos y a los demás;
y en la misma ciudad de Chuchuito les otorgó el perdón ¡
imponiéndoles recibir y sustentar numerosas guarniciones de
mitimaes. Volvió en triunfo al Cuzco. De a11í salió luego
para diversas campañas, sin que sea posible precisar, entre
las divergencias infinitas de las versiones leyendarias, el
orden riguroso de ellas. Lo cierto es que Túpaj Yupanqui