EL IMPERIO INCAICO 317
se recordaba que el andén de Chacuaytapara, había sido jardín o chacra del mismo Amaru. Por los Comentarios
Reales se echa de ver otra circunstancia en que estriba una conjetura de validez aún mayor, porque Garcilaso la ofrece inadvertidamente, creyendo distintos al Príncipe Amaru y al Emperador Yupanqui: y es que la hija del primero fue dada en matrimonio por Túpaj Yupanqui a Huayna Cápaj, en calidad de esposa legítima y segunda Coya. La razón más verosímil de tan insólita autoridad y grado en un segundo matrimonio preexistiendo otra Coya, es que la hija de un Inca que había ocupado el trono y a quien siempre se le respetaron prerrogativas no obstante la abdicación, y de seguro hija también a su vez de otra Coya y hermana consanguínea, no podía entrar en el serrallo del príncipe heredero como concubina simplemente. Por eso Manco lI, el contemporáneo de la conquista castellana, era reputado por los indios herederos legítimo después de muerto Huáscar, porque de ambos lados provenía de pura sangre solar.
El gobierno de Amaru Yupanqui se vió afligido y trastornado por grandes calamidades. La peste y la hambruna desolaron el imperio. Las campañas en el valle central de Chile fueron difíciles y conocieron descalabros. Una grande expedición a la Montaña por la región más fragosa y tupida del Antisuyu, que logró el descubrimiento del gran río del Madre de Dios o Amarumayo, dió con sus penalidades y reveses pretextos a que los callas se salieran fugitivos de la selva y reanudaran sus terribles sublevaciones. Como no se les pudo reducir de pronto, el Consejo de los Orejones, apoyado por el dictamen del Sumo Sacerdote, que Cieza cita, decidió la deposición de Amaru Yupanqui. Lo acusaban de ser débil, pero belicoso, " demasiado humilde con todos y bien hablaba ", como pintorescamente escribe Juan Santa Cruz Sa1camayhua. Para legitimar el cambio de gobierno, la historia oficial expre-