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JosÉ DE LA RIVA-AGÜERO
hennana con los déspotas orientales, con los monarcas
asirios. Exterminaba, quemaba, desollaba a los enemigos
y rebeldes. Sus cárceles, pobladas de fieras y vívoras, el
pueblo las llamaba la Sancahuasi y la Llachahuasi, la
cavernosa y la pavorosa. El analista indio Juan Santa Cruz
Salcamayhua nos pinta los desfiles triunfales en que se
llevaban las cabezas de los prisioneros degollados, untadas
con sagre de llamas y enhiestas de picas. Hablando Sar-
miento de la insurrección de los ollantaytambos y otros
sútij, nos cuenta: apachacútej los mató a todos, quemó
el pueblo y 10 asoló;... y no dejó hombre a vida, sino
algunos niños y viejas. Quedaron pueblos asolados hasta
hoy". Destruídos los obstinados, mandó trasquilar a los
otros tampus ya sumisos en signo de nivelación y recon-
ciliación, como su padre lo hizo con los maras. Centralizó
el gobierno, acabando con muchos de los privilegios de
los confederados y obligando a tributar a los más genui-
nos quechuas (Provincias de Cotabambas, Cotanera y Ay-
maraes). Removía y nombraba a su sabor a los sinchis y
curacas; y colocaba dondequiera representantes regios, tu-
cuyricuj, delegados suyos provistos de omnímodos poderes,
coincidiendo con los monarcas europeos más denodados
en debelar el feudalismo. Tan grande unifonnidad esta-
bleció en el imperio que en más de cien pueblos princi-
pales de él, los adoratorios de huacas repetían por nombres
y series, la distribución de los lugares santos del Cuzco.
Júzguese con esto si puede considerarse como una libre
confederación de ayllos autónomos el rígido estado del
Tahuantinsuyu, tal como salió de manos del mayor de sus
monarcas. Otros rasgos completan el cuadro del absolu-
tismo teocrático. Pachacútej se casó con sus hermanas, ins-
taurando definitivamente el incesto ritual de los sobera-
nos, para no mezclar la estirpe imperial y solar con las
humanas: profunda semejanza con los conceptos predo-
minantes en el Egipto y el Irán antiguos. Para las con-