EL IMPERIO INCAICO 311
reinado de sesenta años, que dilató como ninguno las fronteras del Tahuantinsuyu. Fue entre todos los Incas, el más célebre, el más temido y venerado, el más famoso conquistador; inventó, como dice Acosta, la mayor parte de ritos y ceremonias del imperio; fue su legislador por excelencia. No es maravilla que le añadieran adquisiciones y glorias, porque eclipsó en el recuerdo a sus predecesores y continuadores.
En el proceso histórico de los pueblos ascendentes, después de las reñidas victorias iniciales, viene la edad grandiosa. del apogeo y la dilatación, que consolida y extiende aquéllas, el luminoso cenit de la prosperidad sistematizadora y legisladora. Pachacútej la personifica en el imperio incaico, tras el esfuerzo laboral y decisivo de Huiracocha; como después del liberador Ahmosis vinieron en Egipto los Tutmosis, Seti y Ramsés; Chi-Nuang-Ti, después de Chuang-Sian, en la vieja China; y en el occidente europeo, tras Carlos Martel, Carlomagno; luego de los Reyes Católicos y Carlos V, Felipe II; Y continuando la obra de Enrique IV y Richelieu, Luis XIV. Pero las magnas tareas rara vez se llevan a cabo sin medidas rigurosas. Las supremas obras humanas necesitan cimientos de dureza, a menudo empapados en sangre. De ahí que Pachacútej, como casi todos los grandes organizadores, haya sido tachado de severo en extremo. No fue por ello una excepción aislada entre los Incas. Muy dudosa e intercadente resulta en la historia efectiva esa clemencia y mansedumbre incaica, manido lugar común y engañoso artículo de fe en el cuadro convencional de nuestro pasado. El colorido, más todavía que los hechos concretos, es falso en los Comentarios Reales, que parecen, por su almibarada monotonía, no relatos de época bárbara, sino vida leyendaria y monástica de santos. Garcilaso diluye en plata y azul lo qu ~ en las demás fuentes brilla con fulgor sombrío y rutilante de rojo y oro. Por su violenta crueldad, Pachacútej se