310
JosÉ DE LA RIVA-AGÜERO
conquistas, vivía muy viejo y retirado su padre Huiraco-
chao El caso no es insólito en la historia incaica, según
veremos después. La diarquía imperial corresponde muy
bien a las necesidades de pueblos bárbaros en momentos
paralelos de su evolución, como es de ver en el Egipto
faraónico del imperio medio (XII dinastía) y en el de la
XIXa.¡ en cierto modo en la China de los Tang y de
los Ming, y hasta en la Bizancio de la Edad Media. Se
explica así de manera plausible la absorción de las haza-
ñas de Huiracocha en el poema histórico propio de su
hijo, que ha prevalecido como fuente principal en tantos
analistas. En realidad, si participó éste de la corona vi-
viendo el padre, no pocos sucesos podían con derecho im-
putarse a ambos monarcas. Los que la sus cinta historia
leyendaria de casi todos nuestros cronistas concede a Pa-
chacútej me parecen comparables a los de la fábula de
Sesostris, que en la enorme escala de la verdadera historia
egipcia ha englobado desde Senhuosret. I (el Senoncosis
de Manetón) no menos que hasta los grandes Ramsés de
posteriores siglos. Para que aún en lo occidental persista
la analogía con el trabucado Faraón, el Inca Huiracocha
es fama que compuso máximas, transmitidas algunas con
mayor o menor exactitud por Valera y salvadas por Gar-
cilaso. Recordemos incidentalmente que también al padre
del primer Senhuosret, al Faraón Amenenhet 1, se le atri-
buía haber compuesto sentencias rítmicas dirigidas al su-
cesor.
Si Pachacútej se ha convertido así en nuestro Se-
sostris, por haberse acumulado en su cabeza aconteci-
mientos de varios períodos y si por ello puede igualmente
compararse con los absorbentes casos de Menés, del pri-
mitivo Sargón caldeo de Agadé, de ciertos reyes en China
(por ejemplo Kang de Song), y de Ciro y Carlomagno,
hemos de reconocer que mereció, como sus mencionados
padres, tal honor acumuJatorio, por su largo y espléndido