EL IMPERIO INCAICO
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y sus instituciones, después de la derrota de los chancas.
Los dos tenían también los sobrenombres honoríficos de
Cápaj y Yupanqui, tan generalizados entre todos los incas,
aun cuando fueran simples orejones. No es muy aventu-
rado suponer que el hijo como el padre contaría entre
sus renombres el de Huiracocha, por el culto enfervori-
zado de la divinidad protectora del Cuzco en la reciente
crisis, y ser uso de los Incas, como en los análogos im-
perios orientales, imponer a sus monarcas nombres relati-
vos a los mayores dioses (lnti Cusi Huallpa, por ejem-
plo). Un nuevo indicio en pro de la teoría garcilasista,
que aqul defiendo, de haber sido Huiracocha y no Pa-
chacútej el que venció a los chancas y el que derrotó a
su progenitor, está en que Valera adjudica a Huiracocha
cierto apotegma contra el despego y la severidad de los
padres para con los hijos, alusión clara a su disentimiento
con Yáhuar Huájaj, y a la desgracia y destierro que la
leyenda le artibuye en su obscura juventud. Así como el
Inca Huiracocha tuvo por totem o insignia un dragón,
amaru, que es atributo del antiguo dios Huiracocha del
Callao, y se ve en su misma efigie de la Acapana, así el
Inca Pachacútej adoptó como enseña, doble o huauqui, el
t elámpago solar, inti-illapa, que en el fondo es la propia
catuilla, ídolo vinculado indisolublemente a los de Huira-
cocha y el Sol, cuyas tres imágenes se adoraban juntas
en el Coricancha y en los principales templos. Era en ri-
gor una advocación de Tixi-Huiracocha, 10 que en termi-
nología religiosa se llama hipóstasis.
Para entremezcalr aún más las personalidades y he-
chos del Inca Huiracocha y su hijo Pachacútej, ha podido
intervenir otra circunstancia importante: la de haber aso-
ciado el primero al segundo en el trono, haciéndolo co-
rregente y encargándole en tal calidad la dirección de le-
janas campañas. Juan Santa Cruz Sa1camayhua nos cuenta
que al regresar el Inca Pachacútej de una de sus remotas