EL IMPERIO INCAICO
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en las construcciones cuzqueñas no arguye estrictamente
sucesión de épocas diferentes, porque han sido simultá-
neas las maneras de construcción. Mas no es posible exa-
gerar el alcance de esta doctrina hasta el punto de negar
que la mayor frecuencia y predilección por el aparejo pu-
lido señale de manera muy probable una época más re-
ciente. Hay bastantes otras importantes observaciones ale-
gables al respecto. Las paredes cóncavas con puertas tro-
pezoides parecen por regla general anteriores a las puertas
y alhacenas cuadrangulares, que se observan por ejemplo
en los edificios de Collcampata. Compárese sobre el mis-
mo punto, fuera ya del Cuzco, las ruinas de Pisaj con
Muyna y Tipón, y las de Machupicchu con las de 01lan-
taytambo y Tarahuasi. El propio ]ijón reconoce que en el
palacio cuzqueño de Hatunrumiyoc hay partes arcaicas
recubiertas por otras, que me inclino a atribuir a la segunda
dinastía y sus últimos representantes. Igual cosa ocurre
con la cerámica incaica, que arranca, según dije, de la tia-
huanaquense, de la cual no la separan tan multiplicadas
centurias como se ha pretendido, pero que presenta una
definida evolución, diversificada por múltiples influencias
locales en todo el Imperio. Y como ya he repetido que
igual cuadro ofrece la lingüística, todo esto nos lleva de
consuno a dilatar en algunas generaciones la expansión
incaica y hacerla así normal e inteligible, no insólita y mi-
lagrosa. Varios soberanos han debido repartirse la tarea
de componer el inmenso Tahuantinsuyu. No es posible
concentrarlo todo en el período de Pachacútej. Los ejem-
plos propuestos por los de la escuela contraria, como la
invasión de los hicsos en el Egipto, la de los persas de
Ciro y los macedonios de Alejandro, no son pertinentes
en modo alguno, porque tan rápidas conquistas son ex-
plicables cuando el pueblo conquistador se substituye a
otro, de territorio y hegemonía muy extendidos, yeso es
cabalmente lo que no pudo ocurrir en el Perú: la confe-