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JosÉ DE LA RIVA-AGÜERO
reconquista de las comarcas invadidas por los chancas, con
todas las consecuencias lógicas que de esto se derivarían.
Pero lo más seguro por varias razones es que Ondegardo
no pudo distinguir con certeza a qué Incas correspondían
los cuerpos que descubrió. La indeterminación en los ha-
llazgos funerarios de Ondegardo la he sostenido desde ha-
ce mucho tiempo, y contaba ya con la autorizadísima opi-
nión de Jiménez de la Espada.
Las conquistas propias de Inca Huiracocha, que se
pueden separar de las de su hijo y sucesor Pachacútej,
son las de los chancas y todas las provincias serranas e-
numeradas en las Informaciones de Vaca de Castro, que
eran aledañas y confederadas de aquellas. Por el sur, el
citado manuscrito de la Biblioteca de Madrid, nos confir-
ma en la opinión de haber consolidado y extendido su
poderío por el Collao. Era muy natural que los dominios
de los Incas se dilataran de preferencia por las tierras al-
tas y evitaran al principio descender a los llanos de la
costa, insalubres para los andinos. El sistema de Garcila-
so, que amplía por ese lado las anexiones de Huiracocha
hasta las alturas de Charcas, Jujuy y Catamarca, tiene
evidente justificación por el clima y por la antigüedad de
¡as influendas incaicas en el norte de Tucumán. Dividien-
do las grandes conquistas en la sierra del Perú entre Hui-
racocha y Pachacútej, obtenemos explicar la expansión
cuzqueña por este lado de manera gradual y probable. Así
nos apartamos de aquella tesis increíble sobre su rapidez
y acumulación en solas dos generaciones, que es la de
Cieza y Sarmiento, propugnada hoy todavía por notables
arqueólogos como el ecuatoriano Jijón. Dicho historiógrafo
defiende opinión tan inverosímil con el argumento de ha-
ber sido rapidísimo el ensanche incaico, por no advertirse
sucesión de estilos en su arquitectura y cerámica. La su-
posición no es exacta. El mismo Jijón trae datos que la
destruyen. Ya he explicado que la diversidad de aparejo