EL IMPERIO INCAICO
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racacha, sin motivo de igual importancia, o porque se le
atribuyó otra visión, en su caso ineficaz, es violar las re-
glas de la verosimilitud histórica. No negamos que en la
vida ocurran duplicaciones inútiles e ilógicas; pero admi-
tirlas sin necesidad y preferirlas contra los indicios más
claros, va contra los dictados del buen sentido y de la
crítica. Los títulos de los monarcas descubren sus hechos
principales y no es objeción que el siguiente lleve el
extremo laudatorio y encarecedor de Pachacútej, pues su
actividad conquistadora y legislativa 10 justifica, y varios
analistas añaden que padre e hijo obtuvieron el mismo re-
nombre, aunque se particularizó más en el segundo, 10 que
explica la confusión de las hazañas de ambos. Además,
examinando los recuerdos arquelógicos del Cuzco, adver-
timos que los dei Inca Huiracocha se situaban precisamente
en el terreno de las victorias sobre los chancas, en el campo
del asedio memorable, o en los llanos, donde la leyenda
colocaba la aparición de dios. Así, en la cuesta de Car-
menea había un adoratorio llamado Toxanamaru. Se atri-
buía su fundación al propio Inca Huiracocha y estaba
destinado a rogar por la victoria de sus armas. ¿ Se concibe
tal atribución, si fue quien la instituyó el vencido y no el
debelador de los chancas? El nombre era también muy
alusivo a la pelea contra los chancas, porque toxan viene
del verbo tuxini, que significa señalar, dar el golpe, herir,
y amaru es el dragón mítico, estrechamente ligado con
el culto de Huiracocha, cuyo atributo o símbolo primor-
dial constituyó. Se da el caso, por demás significativo y
concluyente, que amaru era el ídolo particular escogido
como totem por el Inca Huiracocha y la panaca de sus
vástagos. Consta que con dicho ídolo amaru este soberano
se enterró, porque era su duplicado o simulacro (huauqui).
Inmediato a este su adoratorio de Carmen ca se hallaban el
manantial sagrado de Quishuarpuquio en que apagaron la
sed los guerreros vencedores de los chanca s, las llanuras