EL IMPERIO INCAICO
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como en la leyenda romana de la batalla del Lago Regilo
y los Dioscuros lavandose en la fuente de Juturno.
En Anta perdieron los chancas, con numeroso botín,
las momias de sus curacas Uscohuillca y Hancohuillca. El
Inca mozo admitió a conciliación a los mascas; y al per-
donarlos les permitió que de nuevo se cortaran las cabelle-
ras y se horadaran las orejas, en señal de restituírles la
calidad de confederados y privilegiados. Mostró en cambio
extraordinaria crueldad para con los cautivos chancas. De-
golló a los principales e hizo clavar sus cabezas en las
picas; a otros ahorcó a quemó, a otros empaló y desolló
vivos; y reservó los cráneos para usarlos como vasos en
sus banquetes. Los cuerpos de varios de los generales ven-
cidos, embalsamados y rellenos de paja, le sirvieron de
atambores. Los brazos de estos horrendos trofeos, agitados
por el viento, golpeaban sus pechos y los hacían resonar.
Se guardaban en un templo conmemorativo que constru-
yó en el propio lugar del combate, donde aún los contem-
plaron, más de un siglo después, los conquistadores es-
pañoles. Todo de una atrocidad oriental, asiria. No son
menos truculentos los sucesos que siguieron. El joven Inca
remitió a su padre, todavía como tributo de homenaje,
los despojos y tesoros de los chancas, las cabezas cortadas,
los cadáveres de los principales caudillos y buen número
de prisioneros para que los pisara en señal de triunfo. Co-
mo el anciano rey insistía que también los pisara su hijo
heredero Inca Urco, al cual, según uso muy frecuente en
estos primitivos imperios, había asociado sin duda al tro-
no, el vencedor hizo matar a Urco por sus otros hermanos
y arrojó los restos al río Vilcamayo de Yucay. En seguida
desposeyó a su padre, al que recluyó en los palacios del
mismo valle de Yucay. Viene luego el gran desfile triunfal
en el Cuzco, sin que falten las circunstancias habituales
de las análogas monarquías asiáticas: .la litera o palanquín
de oro, los ídolos cautivos, los trofeos y los prisioneros ten-