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JosÉ
DE LA RIVA-AGÜERO
hablado el numen, prometiéndoles victoria contra los ene-
migos. Sacó del templo el joven Inca los objetos sagrados
para ponerlos en medio de sus combatientes. Habiéndose
olvidado del cetro o túpaj yauri (probablemente se alude
aquí también al súntur páucar, serpiente de plumas, alu-
siva a la religión de Huiracocha), volvió a oír la voz di-
vina para que no dejara de tremolar tan expresivas insig-
nias. Ponerse bajo el ostensible patrocinio del arcaico y
supremo Huiracocha, indicaba la solidaridad con todos los
miembros de la liga quechua, posponiendo el peculiar culto
incaico del Solo inti. No tardaron en acudir los contin-
gentes de vasallos, y aun de los auxiliares canas y can-
chis, que eran medio collas por mestizaje, pero estaban
ganados desde hacía mucho tiempo a la adoración de Hui-
racocha y al servicio de los Incas. La primera resistencia
eficaz contra los chancas se hizo ya en la propia ciudad
del Cuzco o en los suburbios septentrionales de Quillapa-
ta y Carmen ca. Hasta las mujeres defendían aquellos ba-
rrios, como lo demuestra la leyenda de la viuda Chañan
Currillcolca. Rechazados con gran mortandad los chancas
en las afueras del Cuzco, siguió la pelea en los collados
y sierras al norte; y la segunda y definitiva campaña se
empeñó a los pocos días en la llanura de Anta. El número
de combatientes que se computa, más de cuarenta mil por
los chancas y cerca de treinta mil por los cuzqueños, com-
prueba la extensión considerable del territorio incaico y
sus súbditos, pues por el sistema del ámbito exclusivo de
seis leguas, no es explicable tal muchedumbre de solda-
dos. Impresionaron estos combates a tal punto la imagi-
nación popular, que el tono de los relatos es por entero el
de un gran cantar épico primitivo. Betanzos nos conserva
la oración de Huiracocha que se ponía en boca del joven
Inca vencedor. Figuraban a los auxiliares salvadores las
piedras míticas llamadas pururaucas, y señalabánse los
mágicos manantiales que reanimaron a los combatientes,