EL IMPERIO INCAICO
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que pertenecían al bando de los Hurin Cuzcos y que en
consecuencia se plegaban con facilidad a los adversarios
del Inca reinante. Dueños de la llanura de Anta, los alia-
dos conminaron al Inca para que se rindiera, pagándoles
tributo y cediéndoles tierras de cultivo y habitación. Ame-
drentado el Inca, huyó del Cuzco, seguido de su corte y
su guardia. Pasó por las alturas de Chita y fue a cobi-
jarse en Saquisahuana, junto a Calca de Yucay. Es pre-
ciso distinguirla de la homónima ]aquijahuana en la llanura
de Anta, que estaba ya en manos de los enemigos. Tal
designación, que equivale a algo así como hartazgo, sa-
ciedad, satisfacción plena, se aplicaba a varias residencias
reales campestres, como las 'Ruelgas en la España medio-
eval. Un hijo menor y desfavorecido del Inca viejo, lla-
mado Cusi, Hatun Túpaj, o Yupanqui, condenó la cobarde
huída de su padre; y afeando la conducta de los fugitivos
se dispuso a defender la ciudad santa. Sobre el fondo de
los sucesos convienen