EL IMPERIO INCAICO
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Muchos son los testimonios que acreditan a Inca Roja
como fundador de una nueva dinastía e iniciador de una
segunda época. Valera, Acosta y Montesinos lo apuntan.
Hay huellas de lo mismo en el Padre Morúa. La dinastía
de los Hanan Cuzcos hubo de tener comienzos difíciles,
por el cambio de ayIlos dominantes y porque la rebelión
de los feudatarios se originó en el temor a los resultados
centralizadores de las grandes campañas externas. De allí
que Inca Roja se viera obligado a desplegar la severidad
consiguiente a los poderes advenedizos y usurpadores, y
a reprimir insurrecciones de aliados y de vasallos. Por eso
dice Acosta que «este Inca no era gran señor, aunque to-
davía se servía con vajilla de oro y plata" (Libro VI, cap.
XX). En otros escritores de bastante peso advertimos sus
reformas y novedades, y las lisonjas y ficciones de la ver-
sión oficial. El Padre Valera lo tiene por autor de máximas
morales y políticas y por creador de escuelas. Dicen que
abandonó la secular residencia del Coricancha y que en-
tregó el cuidado de ella y las funciones del culto a la
tribu o ayIlo de Tarpuntay, que era como él Hanan Cuz-
co, despojando sin duda de las tareas sacerdotales a los le-
gítimos descendientes de Manco. Fue a instalarse en el
barrio de arriba o hanan, al lado liorte de la actual Plaza
Mayor, donde edificó su palacio de Coracora y la conti-
gua casa de los amautas o Yachahuasi. Las Informaciones
de Vaca de Castro confirman que no pudo aumentar el
territorio del imperio; que reglamentó los depósitos de ví-
veres y las faenas de los indios, mandó labrar de cantería
el nuevo templo del Sol, ordenó establecer ac11as o ma-
maconas en numerosos conventos y que «fue muy devoto
del Sol, más que ninguno de sus antepasados". Las últi-
mas palabras nos sirven como de un resquicio luminoso.
Hubo vicisitud, alternativa y rivalidad entre los cultos de
Huiracocha y de Inti. En los primitivos imperios, las dinas-
tías recientes suelen señalarse por innovaciones o restaura-