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JosÉ
DE LA RIVA-AGÜERO
abandonado como si fuera el de un hombre vil. La rela-
ción de la catástrofe, que fielmente extracto de Cieza, nos
da una sensación de ambiente muy distinta de la afectada
y ñoña historia incaica usual. Es la de una violenta y
sanguinosa barbarie, que corresponde en todo a las de los
similares imperios egipcios, asirio y mejicano. Recuerda a
aquellos rebeldes reyes caldeos que perecían en el asedio
de sus palacios suntuosos y sombríos, como hipogeos o
santuarios. Es como la muerte del Faraón Ati de la sexta
dinastía, el Otoes de Manetón, asesinado por sus solda-
dos, o la del otro Faraón Mentesufis JI, como la del últi-
mo soberano de Tlalelulco, Muquihuixtl, que murió com-
batiendo en su teocalli, o la del joven rey de Chimalpo-
poca de Méjico, el llanto y alarido de los suyos y los
debates sobre la elección de su sucesor. El poema incaico
cuyos vestigios conservamos, emplea la máquina retórica
de una gran tempestad, para acompañar el duelo del Inca
y el espanto del saqueo, y supone que, amedrentados por
el fragor de truenos y relámpagos, desampararon los re-
beldes el Cuzco después de los destrozos cometidos. La
verdad debió se ser muy otra; pues, tras la revolución
sangrienta y el interregno, aprovechando lo que probable-
mente habían instigado, los AyIlos de Hanan Cuzco im-
pusieron su nueva dinastía, cuyo primer soberano fue
Inca Roja. Hasta los cronistas menores y recientes guar-
dan la resonancia de tales sucesos. Anello Oliva trae la
reminiscencia confusa de Cápac Yupanqui muerto violen-
tamente cuando iba en viaje a lejanas provincias, y que fue
reemplazado, en su ausencia primero y a su muerte des-
pués por Quispe Yupanqui, en cuya cabeza acumula li-
viandades y delitos, como siempre ocurre en las tradiciones
sobre dinastías derrocadas, para justificar la insurrección.
Gutiérrez de Santa Clara denigra al propio Cápac Yupan-
qui, de quien dice "que fue para poco", pero indica su
nexo con Hatuncolla y las revueltas que se concitó.